Como me dijo un aficionado pensante a propósito del centenar de caballos reunidos el domingo pasado en la Plaza México con motivo de la cuarta kermés taurina, donde además de buen rejoneo y mejores forcados hubo charros, chinas poblanas, escaramuzas y bailables: “Son faltas de respeto al otrora coso más importante del continente con las que se intenta suplir carencias, imprevisiones y errores acumulados en las casi cuatro décadas recientes. Hoy, los promotores del falso cambio, enarbolando el estandarte de una reactivación artificial de la fiesta, recurren al folclorismo emergente o a bebidas de obsequio como oferta de espectáculo, que desde luego la crítica orgánica aplaude como focas de circo”.
Sin embargo, no faltó quien reprobara el protagonismo de los forcados, ese arte de sujetar a cuerpo limpio la embestida en la suerte llamada pega, de origen portugués, siendo que a lo largo de la heterogénea y dilatada cuarta kermés fueron quienes más emocionaron al amable público, ingenuo pero sensible.
En la prolongada Hermositis aguda que padece la fiesta de México, esa dolencia por un rejoneador navarro que no admite forcados, apenas alterna con rejoneadores nacionales, prefiere toreros modestos y comete infinidad de abusos, al grado de llevar el penoso sobrenombre de Alevoso de Mendoza, ni empresas ni matadores lograron meterlo en cintura y aprovechar su imán de taquilla para que contribuyera a repuntar el espectáculo, no solo los bolsillos del alevoso. Entonces, si de verdad quieren reactivar la fiesta, más oportunidades a nuestros jóvenes rejoneadores pero no en prolongadas corridas de rejones, sino con los de a pie que dicen figurar, y con forcados, claro.
Un auténtico canto a la vida y al arte de pintar, fotografiar y bailar constituyó la celebración del sexto aniversario del Colectivo con Arte Taurino, celebrado el pasado jueves en el Cortijo Miguel Ortas, en Atizapán, Estado de México, con un merecido reconocimiento a la trayectoria de Alfredo Flórez, cronista, fotógrafo, pintor y editor, por su labor profesional, en un tono muy difícil de imitar: respeto por la fiesta brava, independientemente de sus derroteros.
Con envidiable cabellera y su proverbial sencillez, Alfredo contó que heredó la afición de su padre, armillista apasionado que cuando el maestro de Saltillo se retiró, sentenció: Se acabaron los toros, pero felizmente se equivocó. Evocó sus comienzos en el periódico Atisbos y confesó que en 60 años de ejercer el oficio nunca ha recibido un boleto o un sobre. Antes, los asistentes habían apreciado obra pictórica reciente de Marusia Katya, Antonio Rodríguez y del propio Flórez, y fotografías de Mundo Toca y Óscar Mir.
Como gran final el Grupo Flamenco con Solera, integrado por las bailaoras Luz Aída Lozano y Lulú y Rocío Ortas, el cantaor Gerardo Matamoros, el guitarrista César Romero y en el cajón peruano Emmanuel Navarro, ofrecieron el espléndido espectáculo Canasta de flores, inundando de magia y de duende el amplio salón, en esa sencilla confirmación de que, cuando el arte no es artificio, besa las almas e inflama los corazones. Como remate-testimonio de vida, el matador Miguel Ortas subió al escenario y bailó por sevillanas con su hija Lulú, que 92 años no es nada.
El próximo viernes será el décimo aniversario de la partida física de ese inmenso artista de la lente taurina que fue Armando Rosales El Saltillense. Se fue con la íntima tristeza de que su maravilloso libro a nadie le interesó editarlo. Le sobró talento pero le faltó país. ¡Salud siempre, inolvidable maestro!