La más emblemática de las parejas de los edificios de la colonia Condesa fue, sin lugar a dudas, la que formaron durante años Monse Pecanins y Brian Nissen. Él, inglés, alto y guapo; ella, pequeñita, de fleco y pelo negro y taconeos de flamenco por escaleras, pisos de madera y conversaciones en las que siempre ganaba la partida.
Monse hablaba sin parar, pegaba de gritos de un piso a otro, de una ventana a otra, de la colonia Condesa al Zócalo, de México a Barcelona, de Nueva York a México. Él la escuchaba sin parpadear, como hacíamos todos… Ninguna reunión podía tener éxito sin la pareja más pareja de los años dorados de México, la época en la que surgieron nuevos pintores con ideas que no eran las de Los Tres Grandes; suplementos culturales muy fuera de lo común; el gran triunfo de Octavio Paz, quien viajó a Suecia en 1990 para recibir el Nobel de Literatura; el del teatro en la plaza pública, como proponía Poesía en Voz Alta, y que acabó haciendo María Alicia Martínez Medrano en el Zócalo y en la plaza de Tlatelolco; los murales efímeros en la Zona Rosa; la ironía de Monsiváis; Elena Garro con su abrigo de piel de camello y sus campesinos en Ahuatepec; Juan García Ponce y el novelista Juan Vicente Melo, crítico musical veracruzano, y Juan José Gurrola, los tres Juanes que ya no querían ni oír hablar de la Revolución Mexicana.
–Brian, vamos a recordar a Monse, quien para nuestra gran tristeza murió el 21 de octubre pasado, a finales del encierro que padecimos por la pandemia. ¿Cuándo la conociste?
–Aquí, en México, cuando vine de San Miguel Allende a la ciudad en 1963. Antes viví en París dos años. Cuando llegué a la Ciudad de México tenía 24 años.
–Estabas muy chiquito.
–Más bien muy grandote, muy altote. Nací en Londres en 1939. Después de mi estancia en París pensé en un lugar donde pintar durante dos o tres años. Leí Bajo el volcán, de Malcolm Lowry y, a través de él, Cuernavaca me sedujo, pero la Ciudad de México me fascinó aún más… Leí Bajo el volcán en París, en una pequeña librería muy cerca de la plaza St. Michel, donde vivía en un hotel. Por Malcolm Lowry, México me atrapó y vine en noviembre de 1963. No conocía a nadie y no hablaba ni una palabra de español.
–¡Ay, qué loco! ¿Ya eras pintor?
–Sí, pero no sólo no hablaba español, sino que pensaba, como muchos de mis compatriotas ingleses, que el mundo estaba dividido entre los que hablan inglés y los que no. Como muchos ingleses, esperaba que el mundo entero hablara inglés.
–¡Qué raro, porque tú nunca has sido imperialista!
–Cuando éramos estudiantes, una maestra nos daba clases de francés, pero empezó con la gramática, siempre aburridísima. Ese modo de enseñar equivale a construir un edificio de varios pisos desde el piso más alto; claro que el idioma se te cae si tienes que memorizar reglas de escritura en vez de simplemente practicar la conversación o leer poesía o cuentos que te entretienen.
“Alquilé una casita en San Miguel de Allende; me puse a pintar. Era un pueblito muy bonito, de cinco cuadras hacia arriba, cinco hacia abajo y siete u ocho de cada lado… Mi mejor escuela para aprender español fueron las cantinas de San Miguel. Jugaba dominó, y al poner las fichas en la mesa aprendí una gran cantidad de palabras, pero el vocabulario que se usa en el juego es muy limitado y se repite al infinito, aunque el mío fue aumentando y logré comunicarme con los demás en su lenguaje.
“Conocí a Toño Souza y su galería en la Ciudad de México; ofreció exponer mi obra y decidí instalarme en la Condesa.
“Aquí tuve contacto con el Instituto Anglomexicano, donde la grande dame era Elsie Escobedo, mamá de Helen, la pintora y escultora. Helen me presentó a dos amigos, uno de ellos un excelente y muy creativo profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, Colin White, quien tenía unas amigas, las Pecanins. Tere me ayudó a encontrar un estudio en la calle Salvatierra, esquina con Juan de la Barrera. Desde mi ventana podía ver el Castillo de Chapultepec. México me pareció una metrópoli muy divertida a partir del momento en que conocí a las Pecanins en los edificios Condesa. Monse, hermana de Tere, tenía un novio asturiano con quien jugaba domino y el tipo empezó a tener celos de mí porque Monse y yo nos tocábamos las manos cuando hacíamos la sopa. Armó muchas broncas hasta que las Pecanins lo corrieron. A ellas les encantaba la fiesta, siempre había gente en su casa; invitaban al Cuarteto Ruffino, cuatro cantantes muy gordos, dos mujeres y dos hombres, que entonaban Luna de miel en Puerto Rico, y a un cantaor de flamenco El niño del brillante. Armaban un borlote a todo dar y me enamoré de Monse, quien tenía una hija, La Beba, adorada por todos. Murió en 2009 en un accidente de automóvil en la carretera a Valle de Bravo.”
“Me enseñó a vivir”
–¿Cuándo empezaste a hacer tus exposiciones sobre los cangrejitos Limulus?
–En Nueva York. Monse y yo vivimos allá muchos años e íbamos a Martha’s Vineyard, una isla en la que escribió Carlos Fuentes… Estos animalitos se encuentran a lo largo de toda la Costa Este de Estados Unidos. Con sólo verlos te das cuenta de que son seres extraordinarios, misteriosos. Van de la costa de Maine hasta la de Florida. Me cautivaron y quise interpretarlos. Llevé a mi estudio los caparazones encontrados en la playa de Nueva Inglaterra y de ahí me vino la idea de hacer una serie de esculturas en bronce, cerámica, collage; 70 obras en total. Los Limulus son cangrejos-herradura; tienen ojos de mosca muy salidos. Los científicos han utilizado esos ojos en sus investigaciones, porque aportan mucho al estudio del ojo humano.
“En 1983 hice una gran exposición en el Museo Tamayo sobre el poema de Octavio Paz Mariposa de obsidiana, que le encantó. Cuando me atrapa un tema, me lanzo. La mariposa fue uno de mis grandes realizaciones. Luego hice una serie sobre la Atlántida, el continente perdido. También las chinampas de Xochimilco ejercieron su sortilegio y fueron tema de mi pintura. Siempre estoy trabajando en un tema específico ligado con la naturaleza.
–¡Pero la Atlántida es un mito!
–Es la ciudad perdida. En 1992 me invitó el gobierno de Cataluña a hacer una exposición sobre el encuentro de España con América, tema muy crispado, y decidí buscar un eslabón entre las dos, y lo encontré en la idea de la Atlántida. Monse me ayudó…
–¿Qué fue para ti Monse?
–El amor de mi vida. Me enseñó a vivir; fue mi mejor amiga. Agradezco haber vivido la vida a su manera. Tenía un temperamento fuerte, abierto, muy latino; yo soy muy distinto, pero nos entendimos; ella comunicativa y yo encerrado. Me ayudó, porque expuse en el Museo Tamayo, en el Museo de Arte Moderno, en la galería Antonio Souza y en Nueva York, en la Cooper Union, y en la Whitechapel de Londres.