Ya borroso, por el paso de la tercera parte de un siglo, tengo el recuerdo de cuando, en mi residencia de la Ciudad de México, Raúl Padilla López me habló por primera vez de su intención de organizar en Guadalajara una feria internacional del libro y de los primeros pasos que dimos para hacerlo.
De conformidad con mi carácter, lo primero que hice fue soltarle varios argumentos en contra, basados en las pocas librerías que había en la ciudad, ni siquiera una cerca de donde se enseñaban las humanidades y las ciencias sociales en la universidad. También hablé de lo ratonera que era la Feria Municipal del Libro de Guadalajara… Pero al terminar mi perorata, viendo que no se inmutaba, acabé por decirle que podía contar conmigo y, en efecto, le organicé en el área de conferencias de Tlatelolco, una elegante recepción para presentar el proyecto ante casi todas las representaciones diplomáticas que había en México y los principales medios de comunicación.
De hecho, aquel acto fue el debut de la FIL. Obviamente, estuve en Guadalajara, representando a la Cancillería, el día que se inauguró la primera edición que, a pesar de errores inherentes a la novatez, puede decirse que fue todo un éxito. Para la segunda feria, un año después, había regresado ya a vivir a Jalisco y también estuve presente, pero ahora entre el público. Así, sucesivamente, nunca estuve ausente hasta el año pasado, aunque cada vez con menos responsabilidades.
La pandemia y la virtualidad me mantuvieron alejado físicamente pero, a pesar de mis limitaciones tecnológicas, logré conectarme algunas veces. La FIL no dejó de realizarse aunque fuera primordialmente de modo simbólico…
Ahora que se ha dado un gran paso hacia la normalidad, la experiencia de esta semana permite suponer que en el próximo año la alcanzaremos por completo, pero sobrevivirán algunas de las modificaciones que impuso la eventualidad sanitaria y darán lugar a un mayor fortalecimiento.
Pero “haiga sido como haiga sido”, se habrán tragado sus palabras los agoreros del desastre y que, en atención a sus intereses particulares, gozarían si la FIL se derrumbara o dejara de existir.
A lo largo de más de tres décadas no han faltado quienes hayan procurado hacerle daño. Sobresale un Secretario de Cultura del Estado de Jalisco quien declaró públicamente de manera repetida que la FIL era una pérdida de tiempo y de dinero. No sorprenderá saber que el sujeto formaba parte de un gobierno del PAN. También hizo daño una señora, hoy encumbrada en Movimiento Ciudadano, que medró de diferentes maneras y otra que, cuando renunció pretendió dejar a la FIL sin sede… Hasta un Presidente de la República de principios del milenio le dio de patadas a este pesebre bibliográfico, y su sucesor hasta le metió algunas zancadillas.
Hay todo un anecdotario saboteador que, por fortuna, le hizo a la FIL “lo que el viento a Juárez”, y ésta sigue siendo uno de los acontecimientos culturales más importantes del México actual.
Hace tiempo que mi presencia es del todo irrelevante, pero no puedo dejar de sentirme muy orgulloso de ella como jalisciense, como universitario y, ¿por qué no?, por haber sido un colaborador entusiasta durante más de la mitad de su existencia.