Las maniobras del Kremlin, más políticas que militares –aunque concentrar 114 mil soldados y armamento moderno en la frontera con Ucrania convirtió el riesgo de una eventual invasión en tema número uno en el catálogo de reclamaciones recíprocas entre Moscú y Washington, con el propósito de que los países de la OTAN tomen en cuenta las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad– hacen que sea crucial la próxima cumbre de los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden.
Aún sin fecha acordada, circulan insistentes rumores en el sentido de que la cumbre pudiera celebrarse a distancia, por videoconferencia, la semana entrante, tentativamente este martes, porque los mandatarios parecen conscientes de que mientras más tarden en verse las caras, para pasar de las acusaciones a la búsqueda de consensos, mayor será el peligro de un estallido accidental de una guerra que, en el fondo, a nadie conviene.
Ya no se trata sólo de dar luz verde para que comiencen las labores de los grupos de funcionarios y expertos que han conformado Rusia y EU para negociar distintos aspectos del control de armamento y otras inquietudes en materia de seguridad.
Ahora Putin y Biden van a tener que defender posiciones irreconciliables: el primero, las líneas rojas que nadie debe cruzar –la expansión hacia el este de la OTAN y la admisión en su seno de repúblicas ex soviéticas como Ucrania o Georgia– y el segundo, lo que considera un derecho inalienable de cualquier país soberano como simple eufemismo de sus pretensiones hegemónicas.
El problema es que la iniciativa que va a presentar Putin a Biden –firmar un acuerdo jurídicamente vinculante que otorgue garantías de seguridad– permite que cada cual invoque principios nodales del derecho internacional para aceptar o rechazar el pacto. Exigir que ningún país vecino ingrese a la OTAN es para Rusia un derecho, pero también es una prerrogativa que corresponde decidir sólo a la población de esos países, y cada cual lo va a interpretar a su manera, como cuando se plantea un referendo de separación y unos reivindican la libre determinación de los pueblos, mientras otros se aferran a la integridad territorial.
Este tipo de contradicciones no pueden resolverse sin consenso, sin concesiones mutuas. ¿Están listas Rusia y EU para hacerlo ahora? Pronto lo sabremos.