Fue el rencuentro con las masas, con sus orígenes: “Como en mis mejores tiempos, nos volvemos a concentrar en este Zócalo democrático....”, pronunció Andrés Manuel López Obrador como preámbulo de una encendida arenga para celebrar el tercer año de su gobierno.
“¡No estás solo!, ¡no estás solo!”... respondió la gente con ese añejo estribillo emanado de aquellos tiempos de lucha opositora. En el ocaso del mensaje, con ese mismo coro respondería su grey al emplazamiento presidencial para cerrar filas: ¡Nada de medias tintas!, clamó López Obrador antes de exhortarlos. “Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, es no zigzaguear”.
Y en ese tenor se aludió a las gestiones diplomáticas para asilar, en su momento, al ex presidente de Bolivia Evo Morales y se presentó como invitada especial a la ex presidenta brasileña Dilma Rousseff.
Caía la noche sobre Palacio Nacional con el Zócalo aún lleno, López Obrador concluía un largo discurso en el que mandó una vez más al carajo a quienes añoran los tiempos neoliberales. Defendió con vehemencia el protagonismo sexenal de las fuerzas armadas, bajo la consigna de que el soldado es pueblo uniformado y rubricó, emplazando a las masas que lo aclamaban a empujar la revocación del mandato.
“Este método creado por nosotros, elevado a rango constitucional, no sólo resolverá si me voy o me quedo, para hacer realidad el principio de que el pueblo pone y el pueblo quita”. Casi dos años sin encuentros masivos no le han hecho olvidar su estirpe de ser un hábil orador en la plaza pública, modular paulatinamente el discurso para culminarlo en plena algarabía colectiva con la enésima reivindicación del pueblo: “tengámosle fe y sigamos haciendo historia”.
Detrás de López Obrador, su gabinete (casi) en pleno (con la ausencia de Jorge Alcocer, secretario de Salud), se sumaba a la celebración popular. Entre el obradorismo asistente no hay nubarrones en el horizonte ni presagios apocalípticos sobre el futuro. El primero de diciembre es un día para celebrar tres años de gestión.
Con el templete a las puertas del Palacio Nacional, la distribución de los invitados especiales guardó los parámetros de la equidad política entre los presidenciables. La insólita sucesión adelantada obligó a la mesura en la asignación de espacios, acaso una involuntaria apelación a la máxima del viejo régimen: en política la forma es fondo.
Entre los lugares de privilegio destinados al gabinete se añadió uno más en la primera fila: la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Y algo más: un puntual ejercicio de geolocalización equidistante con el Presidente. Cuatro lugares a la izquierda de López Obrador se ubicó al canciller, Marcelo Ebrard; misma distancia para colocar a la derecha a Sheinbaum. El tercer aspirante, Ricardo Monreal, no asistió.
Desde muy temprano, el acceso al Zócalo fue incesante. Llegaron de todas partes: Tabasco, Chiapas, Veracruz, Oaxaca… Hacia las 14 horas, la aglomeración de autobuses que se dirigían al Centro Histórico colapsó las avenidas que confluían a la Plaza de la Constitución. El bullicio tradicional previo al ¿mitin? ¿Informe? ¿Mensaje? que se efectuó.
Entre las grandes mantas que acreditaban el origen de los asistentes, María, una señora cercana a los 60 años, mostraba tímidamente un pequeño cartel que reivindicaba la reforma eléctrica.
–¿Está convencida de la reforma?
–Es una reforma que no sólo beneficiará a los ricos, también a los pobres –respondió con desenfado.
En medio del trajinar, entre tlayudas, tortas, tacos y demás gastronomía propia de cualquier concentración mexicana, el Fondo de Cultura Económica logró algo poco común: largas filas para recibir el paquete de libros editado bajo la colección 21 para 21.
Se distribuyeron masivamente: Pueblo en vilo, de Luis Villoro; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán o Noticias biográficas de insurgentes apodados, de Elías Amador, entre otros.
La afluencia de las huestes obradoristas no estuvo exenta del oportunismo de los conversos. Otrora legitimador de la reforma educativa en los tiempos neoliberales, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación se hizo presente ostensiblemente, como en los tiempos del viejo régimen, rigurosamente uniformados para que sea patente su nueva consigna, en los tiempos de la 4T.