Una ofrenda mexica integrada por diversos materiales como una olla con restos óseos y 13 sahumadores polícromos de casi un metro de longitud fue descubierta por arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en un predio ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas, cerca de Plaza Garibaldi.
En un comunicado, la Secretaría de Cultura federal informó que ese descubrimiento confirma el ca-rácter sagrado de Cuepopan-Tlaquechiuhca, parcialidad fronteriza con Tlatelolco, y que en el periodo virreinal se convertiría en Santa María La Redonda.
Desde hace tres meses un equipo de arqueólogos del INAH realiza excavaciones en la parte media del terreno, donde las investigadoras Mara Abigaíl Becerra Amezcua y su colega Ximena Andrea Castro Rivera analizan las diversas capas de un sitio que se ha mantenido como vivienda al paso de siglos, hasta llegar a los arranques de muros de esa primera casa que perteneció a Tezcatzonco, un barrio menor de Cuepopan-Tlaquechiuhca.
Becerra Amezcua consideró que este descubrimiento es significativo en el marco de los 500 años de resistencia indígena, ya que esta ofrenda, localizada a poco más de cuatro metros de profundidad, estaba recubierta con varias capas de adobes bien consolidados para mantenerla fuera de miradas ajenas, indicativo del temple de aquellos mexicas que permanecieron en Tenochtitlan tras la toma de la ciudad por Hernán Cortés.
Mara Becerra explicó que tras el reporte del Instituto de Vivienda de la Ciudad de México (INVI) ante la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, su equipo acudió en septiembre al predio donde se realizaron las excavaciones arqueológicas.
Los cimientos del complejo habitacional mexica se encontraron en la parte media del predio, de 500 metros de extensión, donde el proyecto constructivo del INVI preveía una cimentación profunda y la instalación de un par de cisternas. Un sondeo arrojó el potencial arqueológico del espacio y a profundidades que van de 3.50 metros a 5.20 metros se descubrieron los vestigios con base de tezontles y adobes en una superficie aproximada de 80 metros.
La excavación reveló que aquella vivienda estuvo conformada por un patio interior –donde se localizó la ofrenda de clausura–, una estancia y un corredor que conecta a cinco habitaciones que aún mantienen parte de sus estucos originales en pisos y en muros. Estos cuartos, uno de los cuales fue cocina, como se dedujo por el registro de un tlecuilli o fogón, alcanzaron medidas de cuatro por tres metros, pero sus dimensiones totales se desconocen porque continúan bajo los pre-dios aledaños.
Mara Becerra indicó que esta residencia fue motivo de modificaciones espaciales y arquitectónicas en al menos dos etapas: en el periodo Posclásico Tardío, entre 1325 y 1521, y en la ocupación española, entre 1521 a 1610.
“Si bien estuvo destinada a las actividades domésticas, otras evidencias materiales como omichicahuaztlis (instrumentos musicales de hueso trabajado), flautas y ocarinas, señalan que ahí tuvieron lugar diversos rituales.”
De acuerdo con la arqueóloga Becerra Amezcua la disposición, cantidad y calidad de los materiales que componían esta ofrenda de clausura concuerda con ese carácter sagrado: 13 sahumadores, una copa pulquera de base trípode, cinco cajetes, un plato y una olla de cuerpo globular sobre la que colocaron cuatro vasijas a modo de tapa. En el interior de esta última se detectaron restos óseos cremados –una costumbre funeraria extendida en el mundo mesoamericano–, posiblemente de un infante; sin embargo, esto habrá de comprobarse mediante la microexcavación de las cenizas.
“El conjunto de 13 sahumadores expresa un simbolismo particular, ya que fueron dispuestos en dos niveles y en dos orientaciones distintas: unos en sentido este-oeste, y otros en dirección norte-sur, como una evocación de las 20 trecenas que conformaban el tonalpohualli, el calendario ritual mexica de 260 días; asimismo, cabe mencionar que el número 13 aludía a los niveles del cielo.
“Las características de los sahumadores también refuerzan la concepción nahua del universo, por ejemplo, la cruz calada de las cazoletas de los sahumadores representa el quincunce, símbolo del axis mundi (eje del mundo); mientras, los mangos huecos en colores rojo, negro y azul –que servían de instrumento de viento–, y su remate con la representación de la cabeza de una serpiente de agua, remiten a las fuerzas del inframundo”, explicó la arqueóloga.
Todo lo expuesto, aunado a que los tipos cerámicos hallados (lozas Azteca Bruñida y Roja Bruñida) se asocian a los periodos de contacto español y virreinal temprano, “nos permite interpretar este contexto arqueológico como evidencias de una ofrenda que se dispuso en las primeras décadas tras la conquista de Tenochtitlan, como parte de un ritual de clausura del mismo espacio, un acto esencial para la cosmovisión tenochca”, añadió Mara Becerra Amezcua.