Podríamos decir llanamente que Iztapalapa es el dolor de cabeza y, según los datos del secretario de Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, esa alcaldía encabeza a las más violentas de la Ciudad de México, lista en la que también están Gustavo A Madero y Coyoacán, por ejemplo.
En contraste, frente al presidente Andrés Manuel López Obrador, se dijo que los delitos de alto impacto han descendido 41 por ciento. Claudia Sheinbaum se encargó de dar las cifras, pero eso que cuenta para la estadística muchas veces no llega a las calles, son verdades de pizarrón, de pantalla y nada más.
Pero hay algo indiscutible: la tranquilidad con la que los habitantes de la ciudad podemos deambular por las calles. Las comparaciones, dicen algunos, son odiosas, pero se hacen necesarias y sin llegar a los números, muchas veces cómplices de la demagogia, la sensación de seguridad del ciudadano resulta la verdad incontrovertible.
No hace mucho caminar por las noches resultaba casi imposible y salir a la calle a cualquier hora requería de ciertas precauciones que se debían tomar en cuenta para transitar por el lugar que fuese. Tal vez en las alcaldías que mencionó el secretario Sandoval aún permanezca esa percepción de inseguridad y el temor de ser agredidos esté presente en las acciones de los pobladores de las mencionadas alcaldías, pero en buena parte de la capital las cosas, al parecer, han cambiado.
Pero no basta con reconocer –aunque es un paso importante– que el problema persiste y que los alcaldes no han logrado respuestas positivas a sus acciones. La secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana del gabinete del presidente López Obrador, Rosa Icela Rodríguez, hablaba hace un par de días frente a diputados federales de cómo es la inteligencia y no sólo la fuerza lo que puede erradicar la violencia, y eso que a muchos les disgusta, porque nada más prefieren la fuerza bruta, parece ser la fórmula que puede llevar a la pacificación del país, hasta donde se pueda.
Queda claro que el gobierno central debe tomar las riendas de la estrategia para combatir la violencia. Programas sociales existentes y otros que lleven servicios como alumbrado público y pavimentación tienen que llegar a todas las casas de esas zonas, deberían ser parte de la estrategia que se conjugue con la vigilancia de la policía y los efectivos de la Guardia Nacional que podrían tal vez dar mayor tranquilidad a la gente de áreas en las que hoy azota la violencia.
De pasadita
Se pueden decir todas las cosas imaginables en contra de la gran concentración de ayer en el Zócalo, pero mirar la Plaza de la Constitución pletórica de convencidos produce un sentimiento de unidad innegable que recordó aquello tan desdeñado, tan humillado, tan olvidado: la identidad nacional.
Las cifras oficiales de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México calcularon un aforo cercano o mayor a 200 mil personas, lo que en la jerga política tiene un solo nombre: músculo, y ese valor no puede pasar inadvertido.
Pero lo medular fue, a pesar de todas las voces que recomendaban no asistir a la reunión, el diálogo establecido entre una sola voz de 250 mil gargantas y la emoción del hombre que reafirmaba su ser de izquierda, arropado por el grito incesante: “¡Presidente¡ ¡Presidente!”
Hubo casi de todo, pero no mala leche. La gente bailó, cantó, gritó como hace años no lo hacía. Volvió al Zócalo. Sintió suyo eso a lo que se ha llamado “el corazón del país”. Lo gozó a plenitud bajo una consiga: “México está de pie”.
Una de más
En el escenario principal, desde donde López Obrador habló, estaba todo el gabinete más una mandataria. ¿Adivine quién fue?