Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ONU Mujeres emite un comunicado-proclama acerca de la violencia machista sobre las mujeres. Este año demandó: ¡Pongamos fin a la violencia ya! El año pasado advirtió: México: Poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas no está en pausa. Seis años atrás, en 2015, recomendó: Prevenir la violencia contra las mujeres. En un organismo temperado por su naturaleza, el tono ha debido entrar en apremio, y no es para menos: en México dos de cada tres mujeres han sido violentadas por un macho al menos una vez en su vida, una proporción del doble de lo que ocurre a escala internacional.“Esta situación amenaza con borrar décadas de progreso para mujeres y niñas”, dice la agencia de la ONU: un progreso que nadie ha registrado.
Las calles gritan y la situación empeora. Ese infausto día debería nombrarse día internacional de la eliminación de la violencia machista de los hombres contra la mujer. Enfocar a la mujer violentada, y enfocar también al autor de esa barbaridad, ayudaría a aumentar la conciencia sobre las situaciones de violencia, y los roles de cada uno. Muchos hombres no se reconocerán en ella, pero es posible que hallen, trabajando en el problema, su responsabilidad en la catástrofe.
Como siempre en los hechos sociales, hay una complejidad que, sin ser comprendida, no puede dar lugar a acciones que aborden, uno a uno, todos los nudos que la configuran. Pese a la persistencia dura de la calle, todo ocurre como si las cosas estuvieran dejadas a su libre transcurrir; así, los días y los años sólo llevan a un dolor que ojalá no se vuelva desesperanza.
La desigualdad de género está en el origen, y el sistema responsable ha sido señalado: el sistema patriarcal; un sistema de dominio articulado a otros de igual sentido y resultado, acaparando privilegios, como el racismo o la segregación territorial, envueltos todos por el sistema capitalista, lugar del dominio más profundo. En su versión neoliberal arribamos al peor de los mundos posibles. Como ha escrito el sociólogo chileno Claudio Duarte, “la sociedad tiene una definición muy clara de lo que espera de una persona adulta: producir con eficiencia, consumir con opulencia, reproducir la norma social y reproducirse heterosexualmente. Es un marco que tiene por centro al adulto y al patriarcado. Hacerse joven varón en la sociedad es, por tanto, superar las pruebas violentas, autoritarias e incuestionables que le dicen cómo deben las personas jóvenes pensar, sentirse, comportarse y educarse para el futuro y la continuación de su función social, enajenando los cuerpos porque sobre su control se sostiene el sistema patriarcal”.
Unos hombres acaparan todos los sistemas de dominación, otros hombres padecen al sistema de dominio más profundo y feroz, pero extraen privilegios de sistemas de dominación como el patriarcado, el racismo o la segregación territorial. Los enemigos son esos sistemas, no quienes hoy son privilegiados. Conocer los abismos que construyen cada sistema para hallar cómo subvertirlos, es tarea y vía para eliminar los privilegios.
La más remota segregación territorial, donde viven los condenados de la tierra, es también espacio de creación de privilegios que construye masculinidades feroces contra las mujeres. Los hombres son inducidos a ser proveedores y los sistemas de dominación que están sobre ellos los frustran y les impiden llenar el rol que le es demandado. Esa infernal circunstancia crea machos con privilegios mínimos y mujeres negadas en todo y por todo, una desigualdad en los mínimos que da lugar a machos feroces. Es preciso conocer las mil variantes de cada sistema de dominación y sus articulaciones, las que es urgente desarmar.
En cada hecho de violencia machista hay muchos que padecen dolor. Una mujer desaparecida luego aparecida como asesinada, debería producir dolor a todos. Una es demasiado. Le causa infinito dolor a la victimada, y le causa terrible dolor emocional a todos quienes la rodean. El dolor emocional, dice un estudio de las doctoras Adrienne Carter-Sowell y Zhanheng Chen, publicado por la revista Psychological Science, es peor que el dolor físico.
Ahora se llama “violencia vicaria” al asesinato de niñas por machos para causar dolor a la madre, en un acto de horror, en el que se enfoca a la madre, y se deshumaniza a los niños, se los desaparece en un acto “de justicia” con la madre.
El asesinato de una mujer produce un dolor extremo en sus cercanos que debería pasar también a primer plano en la sociedad, recibir un espacio mayor que el de las responsabilidades legales, donde suele centrarse la atención. El lugar de la legalidad en estos hechos es el lugar más frío del hecho inhumano cometido. Hagámonos cargo todos del dolor de todos. Entendemos mal el dolor y es preciso trabajar en profundidad sobre ello. Acaso sea una forma distinta de mirarnos dentro, tal vez incida en la sensibilidad de los hombres violentos.