¿Por qué escribir en este espacio público de mi primo, que nunca fue una figura pública? Porque para quienes tuvimos el privilegio de acompañarlo en los 41 años de su vida fue un ejemplo de valor e integridad, y porque las enseñanzas que nos dejó sí deberían ser públicas. Empiezo citando, entre los 100 o 200 textos muy sentidos que se publicaron desde el jueves, el de su hermano Óscar:
“Daniel Sanginés, maestro, amigo, HERMANO. ¡Ayer partiste de este mundo, partiste de pie! No sin dejar un profundo dolor, quizá por la ilusa obstinación de tenerte siempre cerca en esta vida fugaz. Me quedo con demasiadas enseñanzas tuyas. Desde mi primer día estabas allí junto y juntos aprendimos a vivir, a gozar, a llorar, a reír. De ti aprendí el valor, el coraje, la tenacidad y la humildad. Guerrero incansable, que en silencio andabas. Sufriste como pocos el atropello de una sociedad que juzga sin conocer, que más de una vez te cerró las puertas por ser diferente, sin saber que tenían enfrente al hombre con el corazón más noble y más valiente. Caminabas distinto, caminabas a tu ritmo y a tu estilo, pero siempre caminabas. Aportaste a este mundo mucho más de lo que recibiste. Entendiste el valor del cuidado del ambiente y de la construcción de un mejor futuro. Y lo diste todo por la vida. Hasta el último segundo.
“Me quedo un rato más por este mundo sin mi compañero de viajes y andares. Sin mi maestro y mi guía. ¡Seguiré mirando al horizonte, seguiré caminando y espero, algún día, partir de pie como lo hiciste tú!”
Hasta aquí Óscar. Daniel nació con una enfermedad que en los hospitales de México y Canadá (nació en ese país, donde su padre estudiaba su doctorado) diagnosticaron como incurable. Lo condenaron a morir antes de llegar a la edad adulta y a ser un discapacitado (así se decía en 1980, cuando el nació) físico y mental.
La increíble fuerza moral de sus padres, Gladis y Luis Manuel, hizo que no fuera así. La primera gran decisión fue hacer lo posible para que la vida que Daniel tuviera, larga o corta, fuera normal. Se negaron a enviarlo a “escuelas especiales” o a tratarlo como a un “discapacitado”. Y él mismo, desde que tuvo uso de razón, asumió sus tratamientos para caminar y hablar, usó disciplinadamente férulas y aparatos. Nosotros, como primos mayores y cercanos, lo acompañamos (y ellos nos acompañaron a nosotros: ¡debemos tanto a los Sanginés Coral!) y lo involucramos (y a Óscar y a César) en nuestras caminatas por la sierra de Guanajuato, nuestras acampadas, nuestras fogatas. ¿Que arrastraba la pierna, que hablaba más despacio? Nunca retrasó la marcha del grupo y nunca se quejó. Jamás le escuchamos a él (ni a Óscar ni a César) quejarse de su enfermedad o ponerla como excusa de nada. A esas fogatas se refiere mi hermano Luis Arturo:
“¡Hasta pronto! Hermanito Daniel Sanginés. Nos volveremos a reunir junto al fuego… Por lo pronto, nos quedamos incompletos, pero orgullosos, profundamente orgullosos y agradecidos de haber compartido contigo parte del camino. Vete tranquilo, descansa, un guerrero como tú se lo merece. ¡Te quiero!”
Vimos su cuerpo deteriorarse muy rápidamente en los últimos seis meses. La enfermedad venció a su cuerpo, nunca a su espíritu, su valor, su inteligencia, su humor. Nos quedamos incompletos. Esa es la sensación de los tíos, los primos los sobrinos de esta familia extensa e intensa (cuando me preguntan si crecí sin padre contesto que no. Me sobraron figuras paternas: Agustín, Andrés, Héctor, Luis Manuel, Roberto y Salvador; por eso puedo decirles a Rebeca y a Gonzalo, esposa e hijo de Daniel, que nunca estarán solos).
Nos quedamos con su enseñanza. A Daniel no se le dio la gana condenarse a lo que lo condenaba su enfermedad. Lo aprendió de sus padres (y su abuela y tíos). Terminó sus estudios con calificaciones sobresalientes, se sometió a terapias, se tituló en la Facultad de Ingeniería de la UNAM con una tesis teórica de la que no entendí nada. Se doctoró en España con una beca del Conacyt que ganó por sus méritos académicos. De vuelta, diseñó su consultoría, comprometido con la ingeniería ambiental y la ecología. Hablaba despacio, pero tenía la broma más oportuna y el sarcasmo más afilado a flor de labios (herencia directa de Luis Manuel), y la más profunda solidaridad humanas.
Nos volveremos a reunir junto al fuego, hermanito.
Pd: Unos días antes que Daniel murió Jesús Morales, El Momia, legendario guerrillero de Liga Comunista 23 de Septiembre, quien, con Armando Rentería, me recibió desde mi llegada a esa ciudad y fue mi guía en el barrio de San Andrés, en las viejas cantinas de Guadalajara y en las historias de la guerrilla urbana. También a él lo vi deteriorase en pocos meses, también luchó hasta el último día.
¡Basta ya “Muerte puta…”! (Oliverio Girondo).