Madrid. El adiós a Almudena Grandes fue con rosas en la mano, con poemas que hablaban de resistencia y lucha, y con libros, muchos libros, levantados con el un puño en alto para reivindicar su literatura, para afirmar que su obra es libertad y belleza, silencio y compromiso, algarabía y denuncia.
El cementerio civil de La Almudena, donde desde el siglo XIX reposan los restos de ateos, comunistas, sindicalistas y anarquistas, ahora también será la morada de la escritora madrileña más querida en España y, quizá también, en América Latina, donde era leída con voracidad, donde también se vivió con pesar su último adiós.
Almudena Grandes se fue de repente, hace sólo dos días; la sensación de orfandad en el mundo de las letras y la cultura españolas se ha sentido como pocas veces.
Tenía sólo 61 años; era una autora querida y admirada, respetada por el rigor de su literatura y, también, por el compromiso de su pensamiento. Era comunista y de la clase obrera, y lo decía con orgullo. Era feminista y antifascista, y también lo afirmaba con orgullo.
Su despedida fue un acto de resistencia, de reivindicación; en principio se trataba de un acto familiar, al que estaban invitados algunos responsables públicos, encabezados por el presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, y la familia y los amigos más cercanos. Pero al sepelio acudieron también unas 300 personas que rodearon el féretro, que acompañaron a la familia con un gesto inspirado en el funeral de José Saramago en Portugal, cuando decenas de miles de personas salieron a las calles con sus libros en alto.
Algo similar ocurrió ayer en el sepelio de la escritora madrileña, con lectores fieles que se congregaron al llamado de un periodista, ex corresponsal de guerra y amigo suyo, Ramón Lobo, quien invitó a la gente a salir a la calle o a asistir al cementerio con sus libros.
Así ocurrió: más de 300 personas elevaron las portadas de Las edades de Lulú o Malena es un nombre de tango o Los besos en el pan para despedir a la escritora que siempre habló de los “vencidos” de la guerra civil española (1936-1939), que siempre se inclinó por la lucha obrera, por la resistencia de los pueblos, por el combate al fascismo que causó estragos en el siglo XX.
Ahí estaban, a la espera de que Almudena Grandes fuera enterrada en el cementerio civil de La Almudena, espacio icónico que figura de manera destacada en su literatura como un lugar de “obligada memoria”, porque ahí descansan los restos de personajes históricos, como La Pasionaria; el fundador del socialismo español, Pablo Iglesias; el escritor Pío Baroja, o el político Largo Caballero.
Su féretro, sencillo, de madera humilde, fue depositado en el centro de un pequeño patio que era a su vez la antesala de su tumba. Alrededor de ella se congregaron sus familiares; su pareja, el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero; sus tres hijas; sus amigos más cercanos, entre los que se encontraba el poeta y cantautor Joaquín Sabina, y sus lectores.
“Nunca sé despedirme de ti”
Fue entonces, como hicieron en el velatorio, que alzaron los libros, como advirtiendo que también se elevaba una grande de la literatura. Y se hizo el silencio. Entonces, su pareja, García Montero, dio posiblemente los cinco pasos más difíciles de su vida: se separó de sus familiares, se dirigió al féretro y ahí depositó un ejemplar de Completamente viernes, poemario publicando en 1998 y escrito entre 1994 y 1997, en el que están los versos que escribió en los primeros años de matrimonio con la escritora madrileña y en los que figuran los que eligió para despedirse: “Nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo con el frío de alguna palabra que no he dicho”.
En ese libro está su historia con Almudena Grandes, su rutina, su trabajo diario y hasta el caos de la ciudad en el que fueron tejiendo su relación. Un libro plagado de pasión, de amor intenso, de reflexión sobre la intemperie y la vida, de mucha rabia por la injusticia que carcome al mundo.
Cuando depositó el libro, pequeño testamento de su vida, se generó un intenso silencio de dos segundos que se rompió de súbito con un potente aplauso.
Ante la atenta mirada de los familiares y los políticos que acudieron al sepelio, la cantante Ana Belén decidió tomar la palabra para recitar un fragmento de Por una falda de plátanos, de la escritora que despedían, donde aseguraba que “sin memoria no hay democracia”. Fue entonces cuando se vivió uno de los momentos más emotivos, cuando García Montero tomó también la palabra para leer, entre sollozos, que a ratos se convirtieron en llanto doliente, su gran poema de amor a Almudena, en el que dice: “Pues todo se me olvida, si tengo que aprender a olvidarte”.
Así, entre poemas, libros con el puño en alto, rosas rojas como símbolos de resistencia o simples separadores de sus novelas, se fue sumergiendo el féretro en el subsuelo del cementerio civil madrileño mientras sonaba Noches de boda, de su amigo Joaquín Sabina, especie de himno para la pareja y los amigos ahí congregados, que además portaban banderas republicanas como emblema, uno más, de su infatigable lucha contra los crímenes de la dictadura franquista.