Se pueden usar muchos argumentos para tratar de silenciar el fragor de la batalla política en tiempos de campaña, pero sería el peor de los engaños tratar de negar el hecho contundente. Baste recordar aquello de “el pueblo no es tonto…”.
Por eso, ahora resulta casi imposible dejar de mirar en cada acto relacionado con el gobierno o con el proceder de los partidos, como un paso al interior de la contienda por el poder.
Lo malo de todo esto es que las entidades partidistas de pronto en su proselitismo, construyen ataques que golpean a los grupos sociales que pretenden representar, mismos a los que engañan con supuestos acuerdos que al final sólo significan la subsistencia de algunos lideres y el padecimiento de la militancia, cuando la hay.
Para combatir la popularidad, y por ello la fuerza de las políticas empleadas por el gobierno actual, algunos grupos de derecha, entre ellos algunas ONG, han decidido olvidar los fines para los que fueron creadas, en su mayoría, para lanzarse a la contienda política.
Todo parece indicar que la mescolanza PRI-PAN-PRD no ha logrado convencer al sufragante y ahora se busca crear una alianza a la que se sumen estas organizaciones con las que se busca inyectar bríos a la oposición.
Si cada vez está más claro que en los grupos de derecha no hay ideología sino intereses, también debe estar claro que lo que menos cuenta para esas organizaciones es beneficiar a quienes requieren del auxilio de los gobiernos.
Tanto en la ciudad como en el país, la derecha, que no acuerda, negocia –de eso se trata–, quiere conformar un frente que pueda representar el descontento de quienes se sienten agredidos o no han sido aceptados por el gobierno actual, y la construcción de eso, no será rápido.
Un partido de derecha, ya lo hemos dicho, si bien no es necesario para las mayorías, sí debe formar parte del juego democrático en el que está inmerso el mundo, pero cuando se convierte en un agente tóxico para la sociedad debe ser tomado con las precauciones que la misma política ha construido.
Vivimos tiempos de campaña y la vida pública se vuelve razón de escrutinio cotidiano, aunque a nadie, o a muy pocos, les importe el valor del voto más allá de las urnas, por eso, más que cuidar las declaraciones o hacer de los actos públicos una acción proselitista, se debería hablar con la verdad, señalar que hay obras y acciones que sólo se logran bajo ciertas forma de pensar, y que no se trata de quién las realice, sino de la orientación que marca una forma de gobierno, por ejemplo.
El asunto es que vivimos tiempos de campaña y que eso debe quedarle claro a la población, porque los tiempos en los que se negaba lo obvio ya no debería de existir. Aquello de “no nos distraemos de nuestros deberes por atender la política electoral” ya no cabe en momentos en los que el ruido de la contienda sólo nos habla de la contienda.
Para la oposición está claro: los tiempos se han adelantado y su golpeteo demanda respuestas por parte del gobierno. El silencio o la simulación no deberían estar en la estrategia de los gobernantes porque luego, cuando se quiere actuar y convencer, ya es muy tarde. No por mucho madrugar amanece más temprano se dice en la grilla, pero se les olvidó que el cambio climático nos impone nuevas formas.
De pasadita
Miguel Ángel Vásquez, el delator, no se convertirá, como dijimos aquí alguna vez, en el Lozoya del gobierno de la ciudad, por el contrario, ha cantado clarito el nombre de cuando menos una veintena de ex funcionarios del gobierno pasado a quienes señala como artífices de diferentes delitos, todos del orden patrimonial.
Y por ahí pesa sobre él alguna modalidad de fraude por mil millones de pesos producto de un contrato para la devolución de impuestos sobre la renta, que nunca realizó, investigación que aún no se da a conocer en su totalidad, pero que tiene bien sometido al ex funcionario. Ya veremos en los próximos días qué es lo que pasa.