Senadores de Morena y del PEVM realizaron un viaje al estado de Washington, en Estados Unidos, para conocer la situación de los trabajadores mexicanos en las granjas lecheras, donde constataron los abusos laborales y sexuales que padecen los connacionales.
Callan por miedo es un libro que reúne testimonios de compatriotas que trabajan en las ranchos productores del lácteo y que los legisladores Bertha Caraveo, de Morena, y Rogelio Israel Zamora, del Verde, comprobaron durante su visita.
Documentaron varios casos, entre ellos el de Randy, un joven de 27 años que salió la noche del 25 de febrero de 2015 a mover un tractor y no volvió. Él cubría con un compañero el turno de noche en la lechería y se encargaba de todas las tareas: alimentar, ordeñar y acarrear el producto de más de mil vacas. Un día antes había nevado, por lo que el terreno estaba congelado.
Con el vehículo acercó las pacas de alimento a los establos. Era una tarea sencilla, pero no regresó. Su compañero llamó a su supervisor para avisar que había ocurrido un accidente.
La mañana siguiente un oficial de la policía tocó a la puerta de Nubia –esposa de Randy–, “algo no está bien”, pensó la mujer cuando el uniformado pidió que se sentara para escuchar la noticia que daría.
“Ella quiso gritar, pero sólo atinó a quedarse en silencio y llorar; pensó en sus hijos que tenían 2 y 3 años, ellos estarían sin un padre…”
Otra historia. Maty pasó más de dos décadas trabajando en una cadena de comida rápida, años más tarde decidió conseguir una segunda jornada en otra tienda. Cuando su esposo cayó de un edificio en construcción y quedó inhabilitado, buscó un tercer turno como mesera en un restaurante.
–Hey Maty, deberías entrar a una lechería –le dijo una compañera mientras cortaban manzanas.
–Uy, ¡qué más quisiera yo, pero no conozco a nadie! La tanteó y esperó unos segundos a escuchar su respuesta.
–Pues me conoces a mí –respondió su amiga, –anda a esa lechería y pregunta por el mayordomo, di que vas de mi parte.
Maty acudió a pedir trabajo, pero no necesitaban gente. Como no le dieron una negativa tajante, volvió a la semana siguiente y a la otra, hasta que el encargado le preguntó: “¿Qué sabes de vacas?” “Pues que cornean y dan leche”, respondió.
Sin contestar la carcajada, él encargado le dijo: vete allá al corral, pregunta por el güero y dile que te enseñe.
Con sus botas piteadas se metió por primera vez en un establo, observó y aprendió rápido cómo limpiar las ubres, colocar las ventosas, empujar a los animales y a asear la línea de ordeña.
El invierno de 2017 fue muy cruel. Las nevadas sorprendieron a todos por la frecuencia con la que cayeron. Maty salió para llevar el primer corral a la línea de ordeña, sus botas de plástico resbalaron y el pie se le atoró en una plataforma. Con el impacto todo su peso se concentró sobre su brazo y sólo escuchó un sonido de algo que se quebraba en ella. Sufrió la rotura de varios tendones.
El dolor le impedía levantar el brazo, por lo que acudió a los servicios médicos de labor e industrias. Tuvo una primera operación, vino la segunda y un proceso lento de rehabilitación. Desde entonces han pasado cuatro años y no ha podido volver a laborar.
Víctor, otro trabajador de una lechería de Washington cuenta: “El mayordomo encontró en el estatus migratorio una de sus mayores fortalezas para el sometimiento. Sus víctimas se refugian en la culpa y en el enojo de sentirse vulnerables, sobre todo hombres jóvenes y fuertes.
“Un día se me cayó una paca y me lanzó una advertencia: ‘si no quieres que llegué a manos del patrón puede haber otras maneras’.
“Me pidió sexo oral. Miraba a mi familia, quería contarles, pero estaba bloqueado. ¿Cómo les voy a explicar? Tenía vergüenza…
“Al final se lo platiqué a mi familia y me dijeron que pidiera apoyo. Mis hijos me apoyan y me dicen que soy valiente”.
Los senadores escucharon de viva voz los testimonios compilados en el libro. Zamora dijo que dará seguimiento a las denuncias porque son decenas de hombres y mujeres que han sido explotados y sobajados en las granjas lecheras del estado de Washington.