Madrid. La muerte de Almudena Grandes dejó un inmenso hueco en la literatura española. Su legado, sus libros, fueron enarbolados como símbolo de resistencia por los centenares de lectores que le rindieron su último homenaje, su último adiós en el velatorio final antes de su entierro, en el cementerio civil de Madrid, donde compartirá sepultura con anarquistas, heterodoxos de todo pelaje, resistentes, rebeldes, ateos y comunistas, como ella misma se reivindicaba con orgullo.
A los 61 años, con un sinfín de proyectos literarios en puerta, murió una de las escritoras españolas más leídas y queridas, no sólo en su país, donde atraía a lectores de las ideologías más diversas, incluso antagónicas, sino también en América Latina, sobre todo en México y en Argentina, donde tenía una legión de devotos seguidores. Su despedida fue casi inesperada, súbita, a pesar de las señales que dieron ella misma y su familia hace algo más de un mes, cuando anunció el deterioro de su salud por el cáncer que padecía.
Por eso, y por lo mucho que se le quería y admiraba, su muerte provocó un auténtico pesar colectivo en España, en Madrid, donde fue despedida como una de las escritoras madrileñas más grandes y admiradas.
A su último adiós, en el Tanatorio de Tres Cantos, a unos 20 kilómetros de la capital española, acudieron las más altas autoridades del país, desde el presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, hasta los representantes más diversos de la cultura y la literatura. El único punto discordante, que fue definido por algunos como “un gesto despreciable”, fue el que le dedicó a modo de despedida el partido de extrema derecha Vox, que escribió un mensaje en sus redes sociales que decía: “Con odio has vivido y con odio has muerto”.
Al margen de ese mensaje, una excepción en el pesar generalizado por la muerte de una escritora tan talentosa y con tantos libros por delante, la despedida de Almudena Grandes fue una reivindicación de su literatura, de esa escritura que habla de los “vencidos” de la guerra civil, de los pobres sometidos por el poder opresor, de los que pasan hambre, de los que sufren de la intemperie de la vida.
Desfile de enorme pesar
El velatorio de Almudena Grandes, casi siempre actos íntimos, se convirtió en una despedida multitudinaria, con centenares de personas haciendo fila para darle el último adiós. Y lo hacían con su libro en la mano, con sus palabras tatuadas en la piel.
Entre los que acudieron a despedirla estaba el presidente español Pedro Sánchez, que acudió al velatorio con su esposa, Begoña Gómez, y que afirmó a su llegada: “La aportación intelectual de Almudena Grandes ha hecho de nuestro país un lugar mejor, con el que estaba comprometida”. Y detrás de Sánchez fueron llegando dirigentes políticos, sindicales y empresariales de todas las tendencias, pero sobre todo de la izquierda, en la que orgullosamente militaba la escritora.
Sobre todo llegaron sus compañeros de letras, escritores, o gente del mundo de la cultura, como los editores Chus Visor, Miguel García Sánchez y Ángeles Aguilera; los escritores Marta Sanz, Domingo Villar, Ian Gibson y Benjamín Prado. Los artistas y amigos suyos Joaquín Sabina, Ana Belén y Víctor Manuel. Y así un numeroso y diverso desfile de gente que sobre todo tenía un enorme pesar por la inesperada partida de una escritora tan querida y admirada.
Y los recibía quien fue su pareja los últimos años, el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, roto de dolor pero orgulloso del legado que dejaba Grandes, quien recordó, a modo de despedida, un poema que le escribió hace unos años: “Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve, con ese mismo invierno que hiela las canciones cuando la tarde cae en la radio de un coche, como en los telegramas, como la voz herida que cruza por la melancolía de las barcas en tierra, como las dudas y las certidumbres, como mi silueta en la ventana, así duele la noche, con ese mismo invierno de cuando tú me faltas, con esa misma nieve que me ha dejado blanco, pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte”.