Desde 2009 la política de Honduras gira alrededor de la crisis provocada por el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya. La elección de hoy puede cerrar un ciclo si triunfa la fuerza progresista encabezada por Xiomara Castro, la compañera de Zelaya, o puede dejarlo abierto indefinidamente, afirma el periodista argentino Pedro Brieger, en nota que resumo.
Zelaya asumió la presidencia en 2006 de la mano del Partido Liberal y sin el apoyo de las fuerzas de izquierda históricas. Provenía de un sector de la oligarquía, pero decidió impulsar reformas para favorecer a los sectores postergados en un país con altísimos niveles de pobreza. No se lo perdonaron, y en junio de 2009 fue derrocado. El ejército lo apresó en su casa y lo trasladó a Costa Rica, pero fue el parlamento el que fraguó su destitución. Con ello se inauguró el llamado lawfare para derrocar a un presidente progresista, diferente de los golpes de Estado “tradicionales”, en los que las fuerzas armadas tomaban el poder.
En este caso, las fuerzas armadas no tomaron el poder y no hubo ruptura institucional, ya que asumió la presidencia Roberto Micheletti, presidente del Congreso, como marca la Constitución, y se mantuvo inalterable el cronograma de la elección presidencial de 2009. Porfirio Lobo, del histórico Partido Nacional, triunfó con holgura mientras Zelaya, que había regresado al país, se hallaba refugiado en la embajada de Brasil y su movimiento impedido de participar.
En 2013, la candidata de las fuerzas progresistas, que ya abrazaban a Zelaya, fue Xiomara Castro, quien lideró en las calles la resistencia a los golpistas de 2009. El nuevo movimiento de Zelaya –Libre– pudo organizarse a pesar de la represión y presentarse a las elecciones, pero fue derrotado por Juan Orlando Hernández, del mismo partido de Lobo, entre denuncias de fraude, historia repetida en 2017.
El fraude amenaza de nuevo con evitar un triunfo de Xiomara Castro, que ha logrado sumar todo el arco progresista y aparece liderando las encuestas por amplio margen. Mirar al Sur recuerda que Washington, con presencia militar y opuesto a la democracia en el país centroamericano, es quien tira de los hilos tras el telón.
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