Fue ciertamente en el seno del colectivo de madres Las Rastreadoras de El Fuerte, en el norte de Sinaloa, donde se ideó la varilla larga con dos puntas –terminada en T o en Y– como una herramienta eficaz para detectar con mayor eficacia los restos humanos sepultados en la tierra, que ahora se emplea en la totalidad de las organizaciones de búsqueda de familiares desaparecidos a lo largo del país, en su labor para localizar fosas clandestinas y descubrir los restos mortales de cientos, si no es que de miles de personas, ante la dilación, inacción u omisión de las autoridades (supuestamente) competentes.
Pero también fue al interior de esta organización, fundada en Los Mochis por Mirna Nereida Medina Quiñónez en 2014 –tras la desaparición de su hijo, Roberto Corrales Medina– junto con un reducido grupo de activistas, en el que decidieron nombrar, amorosamente, a sus familiares ausentes como “angelitos” y a los restos que iban hallando como “tesoros”.
“Las Rastreadoras se ríen o tienen su vida cotidiana, con amores y todo esto, pero alguna parte de la sociedad sólo las quiere ver revictimizadas: llorando, cabizbajas, con el dolor por delante y esa es la importancia de la dualidad de las cosas, que existe luz y sombra en ellas”, explica convencido el realizador José María Espinosa de los Monteros (Culiacán, 1989).
Premios y giras
El guionista y director de un par de cortometrajes de ficción, Whippet (México, 2016) y José X (2017), siguió las actividades de Mirna y del resto de Las Rastreadoras durante un lustro para producir el largometraje documental Te nombré en el silencio (México, 2021), que justamente aborda los duros quehaceres a los que se dedica este colectivo del noroeste mexicano, pero también se ocupa de retratar su humanidad misma, los momentos de júbilo, de humor y de fiesta que tienen, su femineidad y tesón.
“De lo que más orgulloso estoy en la película es del balance entre la luz y la oscuridad que Las Rastreadoras muestran. Hay películas muy importantes y grandes que denuncian hechos de violencia pero están tiradas solamente hacia la pérdida y el dolor, mientras que en este filme también se habla del amor y la hermandad que existe entre ellas, de los matices que pasan en sus vidas, pues aunque nada puede aligerar los sucesos terribles que las atraviesan, tienen ciertos momentos chuscos o de júbilo, incluso las curas (chistes) de Mirna.
“Esas escenas también son parte de su vida pues no son personas a las que persigue una nube negra y a las que siempre les está lloviendo, como mucha gente en la sociedad las quiere ver y ese balance ya estaba desde siempre, yo sólo le piqué el botón de grabar”, advierte el joven cineasta autodidacta.
Apoyado por las fundaciones Ford y Open Society, este trabajo fue ganador del premio Churubusco de Postproducción en la sección Docs In Progress del 15 Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México (DocsMX) en 2020 y fue uno de los siete títulos que formaron parte de su muestra nacional Doctubre, este mismo año. También formó parte del ciclo de siete películas Rastros y luces. Historias contra la desaparición, organizado por Ambulante en Cinépolis Klic, en agosto pasado, y formó parte de la sección Pulsos de la 16 Gira de Documentales de la asociación civil, que inició el 3 de noviembre y terminará el 15 de diciembre.
Apenas el jueves 11 de noviembre, la producción de Cinema del Norte, EMT Films y No Ficción, fue reconocida como el Mejor Documental Mexicano en la 25 entrega del Premio José Rovirosa 2021, organizado por la Dirección General de Actividades Cinematográficas (DGAC) y la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la UNAM, al “…retratar de manera cercana la lucha de Las Rastreadoras para encontrar a sus familiares desaparecidos en medio del inhóspito desierto sinaloense, supliendo el trabajo que el Estado ha dejado de hacer”.
Cercanía y confianza
Una de las claves de la cercanía de Tatto –como también llaman a José María– son las cámaras digitales, que además de ligeras y compactas, tiene gran sensibilidad a la luz baja, lo que otorga a los cineastas un dinamismo con el que no contaban en el pasado y a precios relativamente accesibles, lo que les permite trabajar con un crew pequeño, “volar por debajo del radar” y pasar desapercibidos, pues cuando se utiliza el equipo profesional con cámaras gigantes, varios monitores y enormes luces es imposible evitar ser notorio.
“Grabé partes del documental con una Alpha 7 SII, que es una camarita muy pequeña y sí, hay un cambio incluso en las entrevistas, porque son personas que no están tan acostumbradas a tener una cámara enfrente, lo que puede resultar un poco intimidante. Entonces hay que pensar desde la preproducción en esas cosas para facilitarles el ambiente y que puedan abrir sus historias”, explica el cineasta.
El otro factor fue que, casi de inmediato, entabló una relación de confianza Las Rastreadoras: “Mirna y yo nos reímos mucho porque siempre decimos que tuvimos un clic instantáneo, al ser sinaloenses, ella del norte y yo del centro, que se dio de manera muy orgánica, es muy buena para medir a las personas y decidió otorgarme toda la confianza y abrirnos la puerta”.
“Pero el proceso gozoso de conocerlas, de entrar en sus vidas y que me den la confianza de contar sus vidas fue hermoso y nunca se me va a olvidar. Me llevo lecciones de vida que llevan luz pero también, como lo platicaba con la fotógrafa Zahara Gómez Lucini, una profunda tristeza, inamovible ya, por el desamparo en que viven, buscar sin los mínimos recursos, sin ningún apoyo del Estado y con la sociedad volteando hacia otro lado, lo que es desesperanzador. Pero siempre me quedo con lo que me enseñaron, que es esa luz y la resiliencia, son un ejemplo de vida”, concluye.