El derecho del más fuerte. En algún lugar del estado de Montana, al noroeste de Estados Unidos, en el año de 1925, un grupo de vaqueros liderado por el pendenciero Phil Burbank (Benedict Cumberbatch) se hospeda temporalmente en el albergue administrado por la viuda Rose Gordon (Kirsten Dunst), quien soporta un duelo apacible en compañía de su hijo adolescente Peter (Kodi Smit-McPhee). La llegada al lugar de este hombre hosco y fanfarrón, acompañado de su hermano George (Jesse Plemons), su antítesis perfecta en materia de urbanidad y buen carácter, siembra un malestar creciente en el albergue y en especial en el ánimo del joven Peter, quien pronto se verá hostigado por su fragilidad, buena educación y amaneramiento. Las relaciones complejas que se irán tejiendo entre estos cuatro personajes es el asunto de El poder del perro ( The power of the dog, 2021), una de la elaboraciones dramáticas más sutiles e inquietantes que haya realizado Jane Campion, la directora neozelandesa de El piano (1993), Un ángel en mi mesa (1990), y Sweetie (1989), su memorable debut cinematográfico.
Lo que a primera vista pudiera parecer un western tradicional, se revela en realidad como un drama familiar intramuros cargado de perversidad moral y una malevolencia soterrada. Basado en la novela homónima del estadunidense Thomas Savage, escrita en 1967, el filme asume el reto de trasladar su acción del territorio agreste de Montana a las llanuras montañosas de Nueva Zelanda sin perder un ápice de credibilidad en su recreación de atmósferas. Jane Campion, especialista en escudriñar personajes femeninos y sus relaciones a menudo tensas con sus pares masculinos, se concentra aquí, de modo sorpresivo, en la relación muy ambigua, de mutua seducción y recelo compartido, entre dos hombres, el vaquero homófobo Phil y su objeto favorito de humillación y escarnio, un Peter falsamente vulnerable que guarda en reserva las sorpresas más finas y perturbadoras. Cuando la madre de Peter acepta desposar a George, el bonachón hermano de Phil, éste último reacciona con una indignación desproporcionada, calificando de intrusa oportunista a la mujer que viene a romper su estrategia y dinámica de dominio que hasta entonces aplicaba a quienes seguían sometidos a su voluntad y a sus caprichos. Esa afrenta femenina será el primero de muchos otros gestos que irán minando la certidumbre viril del protagonista. Atendiendo al título bíblico de la cinta, el antiguo poder del perro y de la espada comienza a languidecer frente a la resistencia combinada de una madre y un hijo dispuestos a no seguir siendo ultrajados.
El extraño comportamiento de Phil, hombre de buena familia, educado en Yale (letras clásicas), renegado de su propia clase, y muy atento a las faenas duras en el campo, se explica en parte por el conflicto que en él ha provocado la desaparición temprana de su mentor y cómplice afectivo, un mítico Bronco Henry, cuya memoria él atesora con un singular fanatismo. Su refugio instintivo bajo una coraza de masculinidad irreprochable, acusa grietas crecientes que su relación indefinible con el afeminado Peter vuelve todavía más evidentes. En lugar de revertir contra ese adolescente toda su frustración sexual contenida, mediante algún acto de violencia, escoge en cambio como blanco de su despecho a una Rose Gordon reducida ya a la impotencia y sumida en el alcoholismo. Una escena clave muestra a Phil humillando a esa madre, convenciéndola con malicia de su escaso talento musical, pues mientras ella forcejea con una melodía en el piano, él la interpreta con soltura en su banjo, silbando socarronamente. Asistimos así a una lucha de poder entre los dos sexos que se libra sin cuartel en los interiores de una casa y no en el terreno abierto de los ajustes de cuentas en un western. De modo paralelo y en una escena soberbia, el joven Phil camina con garbo femenino, ostentosamente erguido, frente a una hilera de vaqueros que lo injurian sin piedad, y que luego guardan un silencio confundido. Es el inicio de un desafío que transformará ese recuento de un largo hostigamiento sexista en una parábola sobre la reparación moral llevada a los extremos de una revancha sofisticada. En esa intensa contienda entre víctimas y opresores, Jane Campion ha elegido respetar la ambigüedad que maneja la novela original y oscurecer de paso la posible respuesta a una interrogante clave: ¿en quiénes predomina la perversidad moral; de qué lado se sitúa más el poder del perro?
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, 17.15 horas. Disponible también en la plataforma Netflix.