Madrid. La escritora madrileña Almudena Grandes falleció ayer en su casa, a los 61 años, víctima de un tumor cancerígeno que le detectaron hace algo más de un año y que hizo público hace sólo un mes.
La novelista, muy querida y respetada en el mundo de las letras, se convirtió en una de las principales recuperadoras de la memoria histórica de los “perdedores” de la guerra civil española, a los que dio voz en sus historias, en las que también había profundidad filosófica, historia, erotismo, poesía y compromiso político.
Almudena Grandes anunció hace sólo un mes en su columna quincenal del suplemento dominical del periódico El País que le habían detectado un tumor cancerígeno, maligno, hace algo más de un año, y que en esos momentos estaba luchando contra la enfermedad, que avanzaba de forma inexorable. En ese artículo explicó: “Todo empezó hace poco más de un año. Revisión rutinaria, tumor maligno, buen pronóstico y a pelear. En aquel momento no quise dar la noticia porque necesitaba estar tranquila, confabularme con mi cuerpo y conmigo misma, pero en un año pasan muchas cosas. Tendría que habérseme ocurrido, pero no reaccioné a tiempo”.
Y añadía: “El cáncer, que es una enfermedad como otra cualquiera, desde luego un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo, me ha acompañado desde entonces. Y me encuentro muy bien en general. Estoy en las mejores manos, segura, confiada, fuerte y, sin embargo, hace unas semanas tuve un tropiezo, tiré una valla, como les ocurre hasta a los atletas keniatas en las carreras de obstáculos de larga duración. Mientras los altavoces de la Feria del Libro de Madrid lanzaban a los cuatro vientos los nombres de los autores que estaban firmando en las casetas, entre ellos el mío, yo estaba en el hospital con una complicación intestinal, que no era grave pero sí pesada de resolver. Así comprendí que mi silencio había tenido un precio”.
Desde entonces había permanecido en silencio, que sólo rompió a través de sus publicaciones en prensa, en su columna semanal que publicaba cada lunes y poco más. Del hospital pasó a su casa, donde vivió sus últimos días, en compañía de sus tres hijas y de su pareja desde 1994, el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, con quien además de compartir su vocación literaria también coincidían en su compromiso político, ya que ambos, además de declararse públicamente comunistas convencidos, fueron parte de la resistencia contra la dictadura franquista (1939-1975) y de las causas que brotaron de la transición a la democracia, como la igualdad de la mujer, las leyes de amnistía para la liberación de los presos políticos o, más recientemente, las leyes del aborto y la eutanasia.
Almudena Grandes nació en Madrid en 1960, se dio a conocer como escritora en 1989 con la que fue su primera novela, Las edades de Lulú, que ganó diversos premios, se tradujo a más de 20 idiomas y fue hecha película por el cineasta Bigas Lunas. Fue la catapulta definitiva para una escritora que irrumpió en el panorama literario español por la frescura de su estilo y por la contundencia de su narrativa, siempre comprometida.
Sus novelas Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles, Castillos de cartón, El corazón helado y Los besos en el pan, junto con los volúmenes de cuentos Modelos de mujer y Estaciones de paso, la convirtieron en uno de los nombres más consolidados y de mayor proyección internacional de la literatura española contemporánea.
En 2010 publicó Inés y la alegría (Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz), primer título de la serie Episodios de una guerra interminable, a la que siguieron El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017; Premio Nacional de Narrativa) y La madre de Frankenstein (2020).
Hasta mirar de frente el cielo de Madrid
En aquella columna en la que anunció que padecía cáncer, Almudena Grandes explicó a qué iba a dedicar los que ahora se han convertido en sus últimos día de vida: “Mis lectores y lectoras, que me conocen bien, saben que son muy importantes para mí. Siempre que me preguntan por ellos respondo lo mismo, que son mi libertad, porque gracias a su apoyo puedo escribir los libros que quiero escribir yo, y no los que los demás esperan que escriba. También saben que la escritura es mi vida, y nunca lo ha sido tanto, ni tan intensamente como ahora. Durante todo este proceso he estado escribiendo una novela que me ha mantenido entera, y ha trazado un propósito para el futuro que me ha ayudado tanto como mi tratamiento. Ahora necesito devolverle todo lo que me ha dado, encerrarme con ella, mimarla, terminarla, corregirla. Por eso voy a seguir desaparecida una buena temporada, y no devolveré mensajes, no contestaré llamadas, no daré noticias. Imagino que muchas personas lo comprenderán. Supongo que otras quizá no lo hagan, pero confío en que respeten mi decisión. Hasta que vuelva, aunque sólo sea para mirar frente a frente el cielo de Madrid una vez más, antes de volver a esconderme”.
Almudena Grandes será enterrada en el cementerio civil de Madrid, espacio creado en el siglo XIX para el sepulcro de los llamados “heterodoxos” del sistema, es decir, librepensadores, sindicalistas, ateos, protestantes, judíos o masones. Así lo quería ella, para estar con los que consideraba de su estirpe.