El pasado 19 de noviembre tuvo lugar en la Iglesia católica romana la Quinta Jornada Mundial de los Pobres, convocada por primera vez por el papa Francisco el 13 de noviembre de 2016, cuando se celebraba en la Basílica de San Pedro lo que se conoció como el jubileo de los marginados y la clausura del Año de la Misericordia. Como cada año, con este motivo llevó a cabo algunas acciones significativas y pronunció algunos mensajes que, aunque dirigidos a distintos auditorios, me parece que se complementan entre sí, y por su contenido es importante que me refiera a ellos. Entre éstos se encuentra una visita privada a Asís el 12 de noviembre, así como un discurso que allí pronunció ante un grupo de 550 pobres provenientes de diferentes partes de Europa, además de la homilía que dirigió el día 19 a más de 2 mil personas pobres durante la misa que celebró en la misma Basílica de San Pedro, y un videomensaje que grabó ese día, en respuesta a la Asociación Fratello, que se ocupa de los más necesitados.
Para Francisco el lugar de los pobres no son las puertas de las iglesias, como ocurre hasta nuestros días, sino el corazón de la misma Iglesia, y por ello convoca a los católicos a no mirar para otro lado, a no tener miedo “de mirar de cerca el sufrimiento de los más débiles”. Para él la presencia de los pobres molesta, causa fastidio, “aprestan”, como decía hace años fray Gustavo Gutiérrez, OP, y por ello no faltan quienes, encerrados en su propio egoísmo, llegan a responsabilizarlos de su propia pobreza. Todo ello por no hacer un serio examen de conciencia sobre sus propios actos, sobre la injusticia de ciertas leyes y medidas económicas, y sobre la hipocresía de querer enriquecerse sin medida.
Y por ello proclama que “ya es hora de que los pobres vuelvan a tomar la palabra, porque durante demasiado tiempo sus demandas no han sido escuchadas. Es hora de arremangarse para recuperar la dignidad, creando puestos de trabajo. Es hora –añade– de volver a escandalizarse ante la realidad de los niños hambrientos, esclavizados, náufragos, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Es hora –sigue diciendo– de que la violencia contra las mujeres se detenga, de que las respeten y no las traten como mercancías. Es hora –finaliza– de romper el círculo de la indiferencia y descubrir de nuevo la belleza del encuentro y del diálogo”.
Para el Papa la apertura, la acogida, el diálogo y el encuentro son fundamentales para construir un futuro diferente. Reitera que la pobreza es estructural y que se siembra y alimenta la esperanza respondiendo organizadamente y con eficacia a los sufrimientos de los pobres. “Opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad, cuidado de la casa común sin los cuales no se pueden aliviar los sufrimientos de los pobres, no se puede convertir la economía del descarte que los obliga a vivir en la marginalidad, no pueden florecer sus expectativas”.
Para lo cual, sin embargo, hay que volver a despertar y a atizar cada vez con más vigor los sentimientos y la inteligencia profundamente humana de la compasión en este mundo de consumo cada vez más secularista. “Nunca podremos hacer el bien –dice– sin pasar por la compasión. A lo sumo haremos cosas buenas, pero que no tocan el camino cristiano –y yo diría tampoco humano–, porque no tocan el corazón. Lo que nos llega al corazón es la compasión: nos acercamos, sentimos compasión y hacemos gestos de ternura”. Y recurriendo con originalidad y actualidad a una nueva metáfora, ahora ecológica, compara con lucidez a los católicos movidos por el Evangelio con las hojas que en la fotosíntesis transforman el aire sucio y contaminado en limpio, más allá de los restauracionismos “que quieren una Iglesia toda ordenada y rígida”. “Esto no es del Espíritu Santo, sentencia”. Pugna, pues, por una Iglesia que sale de sí misma, una Iglesia joven, profética, que mira con esperanza al mundo y con ternura a los pobres, “con cercanía, con compasión y sin juzgarlos. No hace falta hablar de los problemas –afirma–, polemizar, escandalizarse –todos sabemos hacerlo–; hay que imitar a las hojas, que discretamente transforman el aire sucio en limpio.
Jesús quiere que seamos ‘convertidores del bien’; personas que, inmersas en el aire pesado que todos respiran respondan al mal con el bien”. En conclusión, como afirma el sábado pasado el Boletín del Observatorio Eclesial Nº 424, y al que debemos algunas de estas reseñas, “es gracias a la ternura, a la compasión que lleva a la ternura, que puede brotar la esperanza y aliviarse el dolor de los pobres, superando las cerrazones, las rigideces interiores que hoy son la tentación de los restauracionistas, que quieren una Iglesia toda ordenada, toda rígida”. Resalta el Papa y hace suya la resistencia de los pobres para sobreponerse a todos los obstáculos que trae consigo su pobreza, y para seguir mirando con esperanza el futuro.