En mis anteriores entregas me referí a las narrativas que cimentaban, por así decirlo, los andamios de la gobernabilidad en los mas recientes regímenes.
La narrativa del viejo autoritarismo. El ensamblaje del México profundo y el México deseado de las modernizaciones, se construyó desde un sistema político centralizado en la figura presidencial y articulado mediante la operación de grandes conglomerados –obreros, campesinos y de burócratas–, que neutralizaba la participación política directa de otros actores y que transformaba la participación ciudadana en actos litúrgicos de confirmación plebiscitaria.
En el centro discursivo de esta operación ideológica estaban los conceptos clave de unidad nacional y de estabilidad. Pero el ensamblaje funcionaba porque el discurso hegemónico reforzó los rasgos de una ciudadanía que aceptaba su marginación de los asuntos públicos por razones culturales, antigobiernismo estructural, pero, sobre todo, porque el régimen autoritario generaba desde todos esos ámbitos poderosos incentivos a favor del inmovilismo social.
El sustento narrativo en el régimen de las alternancias. Los intelectuales públicos no constituyen un cuerpo homogéneo, aunque durante las alternancias abrazaron dos ideas: un país más democrático a partir de un reforma electoral que hiciera posible contar los votos y que estos contaran en los resultados; y un país más igualitario. Así la elaboración intelectual predominante se sintetizaba en democracia más mercado más estado de derecho.
La narrativa de las alternancias frente a la realidad. La derrota de la modernización económica se expresó en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población. La derrota de la modernización política ocurrió porque, eficaz para desmantelar los tres pies del régimen autoritario, fue incapaz de sustituirlos. El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado, pero no por los otros poderes constitucionales, sino por los poderes fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto oligárquico entre partidos cuyo lubricante fue el reparto de recursos públicos. Las reglas informales continuaron imperando al lado de un activismo legislativo de leyes aprobadas, pero no acatadas. En este régimen operó otro poderoso conglomerado que no actuaba como partido porque impregnaba el actuar de partidos registrados y de algunas organizaciones civiles: los tecnócratas financieros anidados en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el Banco de México.
Pero la mayor derrota del Estado y la sociedad expresada en la cauda de muertos y desaparecidos fue la llamada guerra contra las drogas. Hasta nuestros días.
La narrativa del Peje. El eje de la narrativa es la oposición entre la oligarquía o la mafia en el poder y el pueblo. Se trata de un movimiento popular para revertir las reformas regresivas implantadas a partir de 1983.
El propósito de este movimiento fue poner en el centro a los pobres de México y para operar esta transformación se postula la separación del poder económico en relación al poder político.
En otra entrega me preguntaba ¿cómo operaría esta narrativa que es propia de un movimiento de oposición, a partir de asumir el nuevo gobierno?
Los andamios y la narrativa. Algunos analistas pensaban que al ganar las elecciones de manera tan contundente, la narrativa del presidente Andrés Manuel López Obrador se movería al centro buscando ampliar su base social con segmentos del electorado que votaron por otras opciones, al tiempo que buscaría consolidar su influencia sobre un electorado de clases medias volátil, pero que había sido decisivo para la amplia victoria electoral en 2018.
No fue así. AMLO ha buscado gobernar con la narrativa antisistémica y antielitista que configuró a lo largo de 12 años en la oposición. Para ello ha usado las conferencias mañaneras y el contacto directo, sin intermediarios autónomos, con amplios sectores de la población.
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