Yo digo que el punto de hacer las analogías históricas no es buscar dos situaciones idénticas −algo de por sí imposible−, sino alertar sobre los posibles peligros por parte del poder. El debate hace unos años en torno a los centros de detención trumpistas para los migrantes, donde los niños separados de sus madres quedaban encerrados en jaulas y dormían en el suelo sin la más básica asistencia, comparados a los “campos de concentración nazis”, lo ilustra bien. Para algunos estas analogías “minimizaban los ‘verdaderos’ campos y la memoria de sus víctimas”. Incluso “la historia del propio Holocausto” (bit.ly/30Wsxjp). Para otros, estas comparaciones eran “moralmente justificadas”. Las imágenes de los migrantes en jaulas servían para alarmarnos de que lo más oscuro de la historia es capaz de repetirse (bit.ly/3CQHGQ9). Así que pienso que −a pesar de sus instrumentalizaciones institucionales como el Holocaust Industry, término acuñado por Norman Finkelstein, el hijo de sobrevivientes polaco-judíos, o de un simple hecho que algo puede ser horroroso sin ser un “otro Holocausto”− hay que seguir usándolo políticamente, manteniendo su relevancia para las generaciones futuras. Sobre todo si se trata de defender a los más desamparados −migrantes, refugiados−, una posición bien resumida en el dictum de Włodek Goldkorn, otro hijo de sobrevivientes y víctima de persecución antisemita en la Polonia comunista (1968): “Si el ‘Auschwitz’ no sirve para defender a los más débiles, ¿entonces para qué sirve?” (“Dziecko w śniegu [El niño en la nieve]”, Wołowiec 2017, p. 237).
Pensando en esto y en más imágenes de migrantes de Medio Oriente varados en Białowieża, en la frontera de Polonia con Bielorrusia (bit.ly/3nIRBDk), pensé en otro acontecimiento y otra analogía (pre)holocáustica que −con sus diferencias− ilumina la manera en que las crisis de los refugiados son productos de políticas de los gobiernos.
Retrocedamos 83 años y a la otra −la occidental− frontera de Polonia. A finales de los 30, observando la creciente ola de antisemitismo en el Tercer Reich donde casi 60 por ciento de judíos “foráneos” eran polacos, el gobierno autoritario de la Sanación en Varsovia (bit.ly/3HOVbDL) que era igual de antisemita que los nazis, temiendo que esta gente estaría forzada a regresar, les revocó, mediante una tramposa cláusula burocrática, su ciudadanía. Los nazis lo tomaron como una amenaza a su, predominante aún, política de alentar la emigración judía (sin pasaporte no podían viajar). Así, en octubre de 1938 la SS ordenó la “Polenaktion” (bit.ly/3r2pX65): el arresto, desposesión y expulsión de unos 17 mil judíos polacos a la frontera. Si bien al principio los guardias polacos dejaron pasar a unos cientos de expulsados, pronto se ordenó el cierre de la frontera. Miles quedaron desamparados. Negadas la entrada y cualquier asistencia. Para el gobierno polaco eran indeseados y −ahora sí...− “apátridas” (sic). La frontera se pobló de escuálidos campamentos llenos de miles de personas que por casi un año −hasta la invasión nazi a Polonia que de por sí significó una condena para ellos− subsistían en condiciones inhumanas. Un campo en Zbąszyń fue particularmente nefasto. Ante el maltrato de una parte de su familia que quedó varada allí, Herschel Grynszpan (bit.ly/30N9eJC), un joven que logró huir a París, entró a la embajada alemana y mató a uno de sus empleados (bien se podía haber vengado de algún oficial polaco). Para Goebbels fue un pretexto que detonó la Kristallnacht (bit.ly/30RpdGB), el punto de inflexión y camino recto al Holocausto (S. Friedländer).
Zbąszyń 1938. Białowieża 2021. Las analogías están a la vista:
Igual que los expulsados polaco-judíos de ayer, hoy los refugiados kurdos-iraquíes, afganos o sirios quedaron atrapados en el juego entre dos gobiernos: el de Varsovia y el de Minsk; si bien nunca han sido ciudadanos polacos, Polonia −aunque lo negara igual que en 1938− tenía responsabilidad por ellos al estar, junto con EU, en la punta de lanza de las invasiones a Irak y Afganistán.
Igual que ayer, se les negaba el regreso a un país y el asilo en otro: Bielorrusia los empujaba a Polonia y Polonia los empujaba de vuelta; igual que los refugiados de ayer, subsistían y morían en “tierra de nadie”, deshumanizados e instrumentalizados (la mayoría de los campamentos recién han sido desmantelados, empezó la repatriación y las pláticas sobre un corredor por el cual una parte podría llegar a Alemania, bit.ly/30NXlmj).
Igual que ayer, el gobierno polaco de PiS, heredero político de la Sanación −y otras corrientes más derechistas−, usaba esta crisis para su exaltación nacionalista (bit.ly/3oSznyu), tapando más bien sus debilidades.
Igual que hace 83 años se hablaba de la guerra: Moscú y Minsk en medio de las tensiones iniciaron ejercicios militares (Zapad 2021); bombarderos rusos patrullaban el cielo bielorruso. Varsovia invocaba las cláusulas de la OTAN y clamaba que el “ataque híbrido” a la UE usando a los migrantes era apenas “el primer paso”. Tal vez, más bien, una analogía demasiado lejos.