Algunas izquierdas –dentro de las cuales hay algunas universitarias– parecen creer que una declaración de autonomía, por sí, y ante los demás, obra la magia y las hace autónomas. O que una práctica personal o colectiva, “decidida por nosotros”, las vuelve cuasi autárquicas. Nadie tiene que inscribirse en el Estado para pertenecer a él: todos somos el Estado. Ciertamente, individuos y grupos sociales diversos, tienen una relación diferente con esa soberanía política, el Estado. Todos, personas o instituciones de cualquier tipo, estamos regidos por la Constitución y las leyes derivadas de ese ordenamiento político-jurídico. El Estado contemporáneo, además, internaliza las relaciones de dominación provenientes de los poderes económico-políticos globales. Así, todos tenemos una relación específica con el Estado y una relación determinada entre individuos.
En ese espacio social (y no existe otro en el marco del Estado-nación) somos, no autónomos, sino heterónomos. No hay excepciones. El reconocimiento de este hecho es un principio de realidad indispensable, si de lo que se trata es cambiar la vida social. Ciertamente hay unos individuos más heterónomos que otros, especialmente los que en términos socioeconómicos llamamos excluidos.
Para el marxismo no existe algo así como la catástrofe final del capitalismo como producto de sus inmanentes contradicciones económicas. El marxismo no es determinismo económico.
Todas las sociedades han vivido inmersas en un mar de conflictos y, sin duda, el capitalismo los produce más que ninguna otra, como resultado de su cambio incesante. Los conflictos mayores surgen de las innumerables causas de la injusticia social, en los que aparecen los polos vinculados de los aventajados y los perjudicados. Al marxismo interesa primordialmente la injusticia estructural, la que nace de la dominación estructural, una que no es producto del tipo de seres humanos que somos, como querría la afirmación ontológica idealista moral o sicológica. La sociedad capitalista está organizada en clases sociales, el Estado las constituye. Una es la propietaria de los medios para producir los bienes para el sustento de la vida del conjunto social, los capitalistas; la otra clase son los asalariados. Existen, además, otras clases subalternas, en el marco de la sociedad clasista capitalista. Todos ellos son hechos al alcance del conocimiento de todos.
El marxismo explica por qué es necesario eliminar las limitaciones impuestas por la dominación de clase para lograr el objetivo más amplio de la emancipación humana. La eliminación de esas limitaciones permite construir la sociedad socialista, a la que los marxistas no van a renunciar. Esa sociedad supera la injusticia estructural, no los conflictos sociales generales que, presumiblemente, existirán en cualquier tipo de sociedad. Las experiencias históricas, como la de los sóviets, son hechos para examinar y para entender las limitaciones de su momento.
La liberación de las masas será obra de sí mismas o no será. Ningún iluminado puede cambiar su situación. Es obra de la política. Muchos dirigentes comprometidos con los dominados pueden ser inestimable ayuda en entender en profundidad cada conflicto. De una política que resuelve problemas y conflictos, derivan enseñanzas que es preciso comprender. Muchos conflictos creados por los dominados desafían las normas hegemónicas naturalizadas y provocan cambios necesarios para que las democracias funcionen y promuevan de mejor manera la inclusión social. Un problema: el trabajo duro debería merecer una alta retribución, como los “trabajadores esenciales” durante la pandemia.
La lucha es permanente. La construcción de conflictos para resolver problemas debe ser continua. Como lo vio Hegel, el conflicto de clases no estalla en la sociedad capitalista solamente porque la “chusma” se muere de hambre, sino porque, además, está indignada. Es preciso luchar por abrir cauce a la indignación mediante el entendimiento de los problemas y los conflictos. Comprender porque no se “es” pobre; sino se “está” pobre y ver y comprender quiénes son los ricos y porque lo son. Cuando la indignación, comprendiendo su origen, se vuelve un necesario continuum, la práctica política se vuelve insumisa, lo que no signfica que en todo momento puede plantearse como problema práctico la injusticia estructural. El momento de enfrentarla no puede ser sino resultado de la acumulación de fuerzas (las alianzas nacionales e internacionales, cuentan) y la forma que adopte será distinta para cada espacio social y político nacional.
El neoliberalismo no sólo trajo consigo al capitalismo más rapaz respecto a las clases subalternas. Trajo también una quiebra profunda de la ética pública posible en los de arriba (los políticos y los “privados”) que alcanzó a un gran segmento de los dominados. En México la 4T está arrancando a los de abajo de esa punible podredumbre. La lucha política para la construcción de conflictos tiene espacio.