En la década de 1960, Pablo González Casanova y Rodolfo Stavenhagen, el primero desde la sociología y el segundo desde la antropología, propusieron la categoría de colonialismo interno para referirse al conjunto de relaciones sociales de dominación y explotación entre grupos culturales distintos, cada uno con sus propias estructuras de clase, dentro de un mismo Estado nación.
Como categoría de análisis, el colonialismo interno encontró gran aceptación en las ciencias sociales. Junto a la teología y pedagogía de la liberación, el boom latinoamericano, la teoría de la dependencia, el “nuevo” cine latinoamericano y la “nueva” trova cubana, el colonialismo interno, como resultado de la reflexión del convulso y esperanzador momento social que se vivía en la América Latina de aquellos años, fueron piezas claves en la renovación del pensamiento crítico mundial.
Dentro de ese conjunto de relaciones de dominación y explotación que analiza el colonialismo interno, están las de la utilización de las poblaciones subdesarrolladas como mano de obra barata, o la de sus territorios como fuentes de extracción para la exportación de materias primas, también baratas, hacia los centros urbanos y al extranjero. En estas regiones de nuestros países se mezclan formas feudales, esclavistas, de peonaje, de trabajo asalariado y forzado.
De acuerdo con González Casanova, los pueblos, tribus, barrios, etnias y naciones colonizadas por el Estado nación, comparten algunas de las siguientes características: 1) habitan en un territorio sin gobierno propio; 2) se encuentran en situación de desigualdad frente a las élites de las etnias dominantes y de las clases que las integran; 3) su administración y responsabilidad jurídico-política conciernen a las etnias dominantes, a las burguesías y oligarquías del gobierno central o a los aliados y subordinados del mismo; 4) sus habitantes no participan en los más altos cargos políticos y militares del gobierno central; 5) los derechos de sus habitantes y su situación económica, política, social y cultural son regulados e impuestos por el gobierno central; 6) por lo general, pertenecen a una “raza” distinta a la que domina en el gobierno nacional, la cual es considerada “inferior” o adoptada como símbolo “liberador”, y 7) los pueblos colonizados pertenecen a una cultura distinta y hablan una lengua distinta de la “nacional”.
El poderoso movimiento indígena que sacudió a nuestra América a finales del siglo XX revivió el debate que 40 años atrás habían propuesto González Casanova y Rodolfo Stavenhagen. En México, la emergencia del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y del Congreso Nacional Indígena, con su demanda y su ejercicio de facto de la autonomía como mecanismo de autogobierno, autogestión y autodeterminación territorial, se convirtió en una de las respuestas que los pueblos colonizados por el Estado nación adoptaron y relaboraron para construir alternativas emancipatorias. Hoy las luchas por las autonomías se extienden por todo el país: están en Chiapas, Guerrero, Michoacán, Sonora, Nayarit, Jalisco, Durango, Yucatán… También puede mirárseles en Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, Chile, Argentina... Si bien los pueblos originarios son hoy uno de los sujetos que reivindican y construyen procesos autonómicos, que mucho tienen que ver con su forma de comunidad, su propiedad colectiva de la tierra y su relación con la naturaleza, la autonomía también es una herramienta útil a las poblaciones urbanas, a las agrupaciones obreras o campesinas, así como a otras organizaciones populares.
En todo el mundo el sistema capitalista impulsa un proyecto de recolonización global, internacional e intranacional, ya sea mediado por las corporaciones, por los centros imperiales o por los estados nacionales. El sistema sigue requiriendo de materias primas, incluidas aquellas que le sirven para la producción de ciertas drogas; mano de obra barata, infraestructura y también centros turísticos con sus grandes negocios y la exotización de las poblaciones y territorios locales. Como en el pasado, los pueblos y regiones que hacen las veces de colonias internas son convocadas a sacrificarse en pro del bienestar nacional. Si en el pasado se acusaba a quienes analizaban y denunciaban estos fenómenos de “distraccionistas” y “desviacionistas”, hoy se les descalifica como “posmodernos”, “identitaristas” o incluso “separatistas”.
Las autonomías, que no son a priori antiestatistas y que requieren siempre de su articulación con otras luchas, son una forma que las organizaciones, colectivos, pueblos y comunidades han encontrado para enfrentar al capitalismo y su colonialismo intranacional, internacional y global.
Recuperar el pensamiento crítico y dialéctico a la luz de las grandes teorías, escuchando siempre la voz y la acción de los pueblos, nos llevará a imaginar y crear alternativas a las relaciones de explotación y dominación que enfrentamos bajo este sistema. La lucha por la emancipación se da en todos los niveles, en lo local, nacional, regional y mundial. Desde esa complejidad de interrelaciones debemos asumir ya que son varias las salidas.