En el acto conmemorativo del 111 aniversario del comienzo de la Revolución, el presidente Andrés Manuel López Obrador subrayó que “México no es de un grupo, de una minoría; México es de todos los mexicanos”. Buena frase, pero es necesario matizarla: en los hechos, nuestro país se mantiene en manos “de un grupo, de una minoría”, aunque cierto es que el gobierno de la República “es de todos los mexicanos”.
Falta mucho por hacer y concretar, pero la trasformación nacional sigue su curso, aunque no quiere decir que todo esté resuelto. Ello, porque la anteriormente denominada minoría rapaz y mafia del poder, si bien ha sido alejada de la toma de decisiones, mantiene un peso específico en el control de la actividad económica, la concentración del ingreso y la riqueza (74 por ciento del producto interno bruto; se queda con 74 por ciento del pastel y los salarios apenas representan 26 por ciento), amén de que maneja la oposición política, caricatura, cierto es, pero ruidosa.
Entonces, es debatible aquello de que “México no es de un grupo, de una minoría”, porque ésta no deja de saquear al país, de evadir impuestos, de fugar capitales, de presionar y chantajear –en algunos casos exitosamente– al poder gubernamental, de concentrar el ingreso y la riqueza, ante lo cual de repente la autoridad hace circo y maroma para salir adelante.
Otra cosa es que ahora el gobierno de la República trabaje para el bien de todos los mexicanos, especialmente lo más pobres. También lo es que muy lejos se fueron los seis gerentes neoliberales que despacharon en Los Pinos, lo que no implica que ellos mismos formen parte de la minoría rapaz, de la mafia del poder, la cual se mantiene como uno de los mayores grupos de presión ante el avance de la 4T.
De hecho, algunos de sus integrantes no dejan de acumular jugosos contratos de obra pública (el Tren Maya es uno de los casos), ante lo cual la autoridad pretexta que “no hay otros” que puedan sacar la chamba.
Es rebatible la primera parte de la citada frase presidencial (“México no es de un grupo, de una minoría”), porque, sólo para dar un ejemplo, alrededor de 10 por ciento del producto interno bruto nacional (cerca de 2 billones 200 mil millones de pesos, o si se prefiere alrededor de 110 mil millones de dólares) están en manos de apenas cuatro barones de esa minoría (Carlos Slim, el tóxico Germán Larrea, Ricardo Salinas Pliego, el señor de los abonos chiquitos y la evasión fiscal grandota, y el quemador de libros Alberto Bailleres).
Esos 2.2 billones de pesos en manos de apenas cuatro magnates equivalen al ingreso (corriente promedio anual de 10 por ciento de los hogares más pobres del país) de cerca de 56 millones de mexicanos.
Por lo anterior, es notorio que no es sostenible la tesis de que “México es de todos los mexicanos” y no de “un grupo, una minoría”, porque mientras se mantenga la abismal diferencia en el ingreso de los habitantes y la riqueza se concentre –cada vez más– en unas cuantas manos, esta República seguirá profundamente desigual y dominada por un gru-púsculo, por mucho que la autoridad federal se esfuerce en gobernar para todos, especialmente para los pobres.
En otra parte de su discurso, López Obrador subrayó que “sin el apoyo del pueblo tampoco habríamos resistido la intensa campaña en nuestra contra, emprendida desde los medios informativos convencionales y las redes sociales, ni habríamos podido hacer frente a una guerra sucia tan intensa y estridente, como la que padeció Francisco I. Madero”.
Ahí le faltó mencionar a la minoría rapaz, a la mafia del poder, porque el dinero que alimenta a “los medios informativos convencionales y las redes sociales” proviene, precisamente, de ese grupúsculo, en el entendido de que la prostitución mediática cuesta, y no poco.
Pero bueno, declaró el mandatario que “ahora no se impone nada, se manda obedeciendo, se respeta la Constitución, hay legalidad y democracia, se garantizan las libertades y el derecho a disentir, hay transparencia plena y derecho a la información; no se censura a nadie, no se violan los derechos humanos, el gobierno no reprime al pueblo y no se organizan fraudes electorales desde el poder federal”.
Las rebanadas del pastel
Al INE y su drama queen que preside ese organismo se les puede acusar de todo, menos de no generar empleo para sus cuates con salarios millonarios y prestaciones de cuentos de hadas.
Eso sí, son raudos a la hora de censurar todo tipo de denuncia que los encuere.