Ciudad de México. La poesía es el lenguaje en su pureza, “pero mi poema va impuro porque no se desprende del todo de uno; si lo hiciera, sería poesía, pero ya no sería mío”, sostiene Ricardo Yáñez, quien este año arribó a medio siglo como poeta y publica tres títulos.
En 2021 publicó Habitado negror, carpeta con dibujos y poemas coeditada por la Hostería La Bota, Mantarraya Ediciones y La Chula, y el poemario Armadillo, que será presentado el 26 de noviembre en Celaya, Guanajuato, y la noche del 3 de diciembre en el Centro Cultural Macario Matus, en la Ciudad de México. En pocos días se publicará en Guadalajara su poemario Bajo la lengua.
En entrevista con La Jornada, Yáñez (Guadalajara, 1948) agrega: “la poesía le pertenece a algo más que es el lenguaje, pero el lenguaje es comunitario, y entonces ese algo más es la comunidad, con los genios es la humanidad”.
El colaborador de este diario relata que cuando ganó el premio Punto de Partida, en 1971, llevaba tiempo sin escribir, pero el galardón lo devolvió a la labor poética. Refiere que cuando recibió el telegrama que le avisaba del fallo en su favor, “salí furioso a caminar, porque yo ya no quería ser poeta. ‘¿Por qué me comprometen?’, dije. Así fue como Yáñez ya no pudo deshacerse de escribir. Todavía no sé si es un buen o mal camino”.
Puntualiza: “Nunca he querido ser original o quizá no he podido serlo. Nunca he pretendido ser original. No es algo que me lata. Armadillo ya me lo dijo con toda claridad: ‘no eres original, ¿por qué no te comportas como somos tú y yo, el libro y Ricardo Yáñez, no originales?’
“Me gusta recalcar que mi trabajo es entre artesanal y artístico. Ojalá esté a la mitad. Lo artesanal no se anda con veleidades de originalidad. El artista propone y el arte dispone. Uno quiere hacer cosas y la obra te dice: ‘no, Ricardo, el libro va así, ahí te va el epílogo y acá metes esto que ya habías querido poner’.”
Ricardo Yáñez explica que casi nunca sabe hacia dónde va cuando escribe poesía. “Uno no está para decir nada sino para escuchar qué dice la palabra. A veces se escucha bien o a veces mal. Intento que la línea diga lo que quiere decir, aunque a veces reconozco que sí metí mi cuchara no tanto en la escritura, sino en lo que la línea quería decir, para que se lea lo mejor posible”.
Menciona que durante la pandemia se ha sentido en el aire, “en una burbuja que puede reventar en cualquier momento. En una reclusión entre espiritual y de agorafobia, que es como de recogimiento y también de cuando uno se vuelve recluso”.
Yáñez señala que siempre le ha interesado “el ánimo del juego y del humor, aunque me he vuelto un poco menos divertido que antes. No tomarse en serio, sino tomar en serio lo que uno hace y comunicar un poco el espíritu ese. ¿Qué les parece si no escribimos para triunfar, sino para divertirnos?”
Recuerda que realizó Habitado negror a propuesta de Antonio Calera-Grobet y Melisa Arzate, de la Hostería La Bota. “No como artista invitado, digamos, más invitado que artista. A ellos les doy gusto, y yo me voy a dar gusto por darles gusto. Es una orillita de mi trabajo, y me la paso muy bien, igual que uno se la pasa muy bien a orillas de la ciudad”.
Se dijo agradecido por esta apuesta en pos de la creatividad de La Bota, “no tanto al arte de Ricardo Yáñez, sino de no detenerse porque la pandemia nos está deteniendo, de no paralizarse porque todo nos está paralizando”.
El también ensayista sostiene que a la carpeta de dibujos le agregó poemas, “no sé qué tan buenos sean, porque escribir a partir de los propios dibujos es un poco un exceso. Como me siento más seguro del lado de la poesía, decidí ilustrar los dibujos con poemas”.
El título viene de un dibujo hecho con tinta negra en el que se ve un rostro mirando al cielo. “No sabía qué era cuando lo terminé y pasaron días para saber que es de cuando me anestesiaron para operarme y estaba todo tan negro cuando desperté. De esa imagen viene el Habitado negror”.
En torno al poemario Armadillo, el escritor explica que cuando reunió los textos “el libro dijo: ‘ya déjame en paz’. No llevaba epílogo, y de repente me encuentro con el último poema, que también habla del armadillo, cuando el libro ya tenía ese título. Ya ni me acordaba de ese poema y dije:‘este es el epílogo’.
“El armadillo final es de barro y esa es la imagen que a mí me gustaba. No es una imagen poética que sea común. Uno le tiene respeto, lo ve muy sagrado, pero a la vez es muy artesanal. El arte te puede cuestionar, pero la artesanía te acompaña, no te cuestiona. Es un poco el espíritu del libro: quisiera ser bastante artesanal, menos profundo y metafísico.
“Fue muy difícil, porque es muy diverso. Hay una parte muy asimilable. No tiene nada de original. Son puras cosas ya hechas: los haikús, las décimas, las canciones, los sonetos, hasta las prosas, porque son como aforismos. El libro no se exige sorprender a nadie, pero lo que a mí me sorprendió es que haya una unidad en esa aparente dispersión o variedad.”
En las próximas presentaciones de este volumen estará acompañado por músicos, “quienes han sido mis discípulos y que ahora son amigos: nos llamamos Los Tlacuaches, pero van a ser tlacuaches distintos”.
En las presentaciones participarán su hermano Jaime Manuel Yáñez, Yair Durán, Gabriel de Dios, Gabriel Reyes, los Ampersan, Feliciano Carrasco, César Barrera, Luisa González, Chucho Rèves y otros.