Cuando un monopolio taurino intenta promover la asistencia de jóvenes a una novillada anunciando que si cumples años en el mes de noviembre “ven con cinco amigos y te regalamos una botella, válido para la novillada del 21 de noviembre”, el creativo del consorcio no logra distinguir entre lo que es el gusto por el neutle, individual o colectivo, y simplemente incitar a la embriaguez para exaltarse con lo que sea y disminuir la capacidad de apreciación de los asistentes, enfiestados con vodka o ginebra, los “nuevos” promotores de la fiesta de los toros siguen confundiendo diversión con emoción.
En la segunda kermés taurina o su “tenme acá de la plazota de Insurgentes”, hicieron el paseíllo los novilleros Héctor Gutiérrez, de Aguascalientes; Sebastián Ibelles, del estado de México, y Julián Garibay, de Guadalajara, para enfrentar un encierro de la ganadería de Marrón, que por segunda ocasión se presentaba en la otrora afamada plaza.
Como no sea por la discreta entrada, no obstante el reclamo etílico que precedía a la función –sólo pude reunir a dos bebedores y a un solidario abstemio, por lo que no consumimos más que un par de cervezas cada uno, sobre todo para no emocionarnos con helarte– y el bien intencionado encierro de José Marrón, que hace ocho días lidió en esta plaza con el nombre de la legendaria San Diego de los Padres, el festejo pasó sin pena ni gloria, no obstante la discreta bravura –aproximarnos para de nuevo al clásico– de las reses del ataño sobrecogedor hierro.
Lo que más preocupa al aficionado pensante –quedan algunos– es que tanto Héctor Gutiérrez como Sebastián Ibelles, que tomarán la alternativa en ocho y 15 días, luego de haber demostrado una notable carencia de recursos técnicos con sus respectivos lotes, demostraron sobre todo una alarmante falta de autocrítica, satisfechos de empeñosas cuanto mediocres actuaciones frente a novillos que merecían una lidia no sólo más entregada, sino sobre todo más enterada y, más aún, diferenciada, habida cuenta de sus respectivas trayectorias. Por lo que respecta a Garibay, si no consigue un sello que lo distinga, apenas engrosará las filas de los “soñadores de gloria”, como dijera Pacorro Páez.