Por tratarse de un evento violento que duró 20 años y significó la muerte o el exilio de un millón y medio de personas, cada año tratamos de hacer un balance de la Revolución.
Daniel Cosío Villegas escribió en 1948, hace 70 años, que México y la Revolución vivían una crisis porque los propósitos del gran movimiento no se habían conseguido.
Para aquella ahora, remota fecha de 1948 ya era obvio que los objetivos de la Revolución no se habían alcanzado: un grupo, el partido único, se concentraba indefinidamente en el poder; la suerte de los menos prevalecía sobre los más, la desigualdad era escandalosa y había una incapacidad manifiesta para defender los intereses y la identidad de nuestra nación.
A mi modo de ver, un gran logro fue la prohibición efectiva de la “no relección”. Esto daba lugar a que cada seis años hubiera una nueva élite y que el presidente saliente quedara en la penumbra mientras brillaba el nuevo monarca, que era el único árbitro efectivo de la política.
Esto nos acercaba a la alternancia y permitió vivir al sistema, por lo menos hasta 2018. Además, creo que el régimen de la Revolución nos dejó un Estado fuerte con capacidad de tomar y hacer efectivas sus decisiones. Construyó un sistema altamente centralizado y esto es una ventaja.
Sin embargo, dejó como legados la falta de respeto a la ley y, en particular, a los procesos electorales.
Hasta 2012 existen indicios de gravísimas irregularidades en la materia. Además, como en el régimen porfirista, la corrupción se extendió sexenio tras sexenio.
De las metas o propósitos que podemos adjudicarle a la Revolución no quedó en pie nada sino las propias metas, casi intactas.
Lo más notable es que estas metas son enteramente actuales. A partir de 2018 hubo un cambio que nos da cierta esperanza de que puedan cumplirse y de que la crisis de México tiene una perspectiva de soluciones.
Valdría la pena reflexionar hasta que punto esto es una mera ilusión o si la realidad nos está imponiendo resolver estos problemas que 70 años de Revolución han dejado vigentes.