Valor para sostener, más allá de todas las presiones contrarias, las profundas convicciones que guían cada vida, e incidir por poco que fuera en el mejoramiento de una realidad que se rechaza porque duele, con un dolor compartido más allá de la pareja, la familia, la comunidad afín y la clase social. Un dolor común a pueblos enteros: desde el propio hasta los que se abrazan desesperadamente a la Tierra, tan dolidos que ya aparecieron científicos encargados de buscar otros planetas para fundar colonias cuando sea el tiempo de huir de tan terrorífica, masiva y amenazante humanidad.
Disculpe el lector si no cito aquí fuentes y números, por falta de espacio y porque éstos son accesibles mediante cualquier impulso de curiosidad, pero permítaseme afirmar que el hambre y la sed nunca van a ser resueltas por el capital, pues ellas son su consecuencia más inmediata: la COP26 de Glasgow lo puso en claro con el método de ir desmenuzando el discurso para que su sentido sea inelucidable y sigamos blandiendo convicciones en el aire, satisfechos tras reuniones de barrio o bien internacionales, donde es posible exponer nuestro dolor y el mismo compromiso, de polo a océano, de isla a selva, de desierto a ciudad…, cuando en realidad somos ineficientes en conjunto y cada quien en su inútil convicción.
Por su lado, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente revelan que en 2019 un tercio de los alimentos en el mundo son desaprovechados en la cadena de distribución-consumo y con ellos se pierde una cuarta parte del agua utilizada en producirlos (…) lo que cuesta un trillón de dólares a la economía global (¡esto sí alarma!), al tiempo que, en 2020, 60 millones de personas padecieron hambre (La Jornada, 18/11/21; p.21). Pero, ¿por qué resulta tan difícil unir los cabos de la realidad y tejer los datos en un discurso coherente? Sin duda porque ya estaría al alcance de cualquier estudiante de secundaria, obrero y campesino analfabeta la explicación del desastre social en que vivimos, conocerían entonces las razones del Capital que la razón no comprende.
Sin embargo, nuestro presidente López Obrador sí comprende los galimatías de la política y tiene valor suficiente para arriesgarse y dar un vuelco a su estrategia agroalimentaria. Le bastaría con parar el flujo de beneficios para los capitales invertidos en agroquímicos, monocultivos y cadenas de distribución, en compra de maíz (en vez de producirlo) en salarios irrisorios, cuya finalidad es comprar alimentos y bebidas industriales, en vez de financiar la producción directa de los ingredientes de una de las más sanas y deliciosas dietas que la humanidad haya inventado.
El razonamiento que parte del acceso a la educación, el aprendizaje de oficios y empleos dignos para combatir el ocio, padre de los vicios, es correcto. Pero su implementación subvenciona en realidad los grandes capitales del comercio y los servicios. Reforestar el planeta es proyecto noble e inaplazable, pero, ¿por qué en beneficio de los capitales y a costa de la biodiversidad en general y en particular de la comestible? Tal vez falten expertos consejeros en estos temas en el entorno presidencial, pero como su titular tiene un valor antes insospechado y cada vez más manifiesto, tal vez sea tiempo de levantar miles de voces como una sola para ayudarlo a tomar las buenas decisiones en los temas de buena fe, pero que ya han acusado sus deficiencias.