El giro temático que ha tomado en los pasados años el cine que realizan el director uruguayo, radicado en México, Rodrigo Plá y su pareja y cómplice artístico, Laura Santullo, guionista mexicana, es muy interesante. Un monstruo de mil cabezas, cinta de 2015, dirigida por él, escrita por ella, denunciaba el lucro desmedido de las compañías de seguros encargadas de obstaculizar o volver una pesadilla el cuidado urgente que requería la enfermedad del marido de la protagonista. En una intensa dinámica de thriller social, la cinta refería la lucha de esa mujer para enfrentarse a un sistema corrupto y a la burocracia que lo protege y sustenta, involucrando de paso a su hijo, quien se volvía una pieza muy frágil en ese combate solitario. En El otro Tom (2021), su cinta más reciente, el también director de La zona (2007) y La espera (2012), cintas memorables, aborda de nueva cuenta, y esta vez con Laura Santullo como codirectora, un tema aún más delicado y de una actualidad innegable: el poder incuestionado de las grandes compañías farmacéuticas y la impunidad que muchas de ellas gozan al favorecer una sobremedicación innecesaria y en ocasiones nociva para la salud de los pacientes.
Tom (Israel Rodríguez Bertorelli), niño de nueve años, aquejado por una enfermedad crónica, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), debe sufrir al mismo tiempo una suerte de encarnizamiento médico secundado por la burocracia combinada de su escuela primaria y de los servicios de salud estatales (la acción transcurre en la ciudad fronteriza de El Paso, Texas), sin que su madre Elena (Julia Chávez), pilar de un hogar monoparental en el que se resiente la ausencia de una figura paterna, pueda remediar nada. La amenaza de verse privada de un derecho tutelar sobre su propio hijo y la angustia de tener que asistir impotente al deterioro de la salud de éste, deciden a Elena a emprender un combate que parecería perdido de antemano. Lo que aquí cuestionan los realizadores es la libre licencia que ostentan las grandes corporaciones farmacéuticas para decidir, a su interés o antojo, sobre lo que conviene o no a los individuos que requieren de sus productos.
Entusiasmada en un principio por los posibles beneficios de un medicamento para su hijo, Elena habrá de recapacitar muy pronto al advertir efectos colaterales tan graves en el niño como una súbita propensión al suicidio, por lo que intenta frenar la espiral de complicaciones terapéuticas. Lo notable en el relato es la relación compleja, llena de recelos y empatía mutua, que se establece entre madre e hijo, unidos por la vulnerabilidad compartida y por un ánimo común de resistencia. Ese otro Tom, más temperamental aún y de conducta más imprevisible, surgido a partir de la medicación excesiva, es también dueño de una personalidad más seductora y traviesa, teñida en ocasiones de un inesperado humor negro. A la pregunta que recibe en el corredor de un juzgado, él responde imperturbable con una mentira perversa: “Me van a sentenciar hoy. Maté a mi maestra de cuarto año, pero lo hice sin querer”. La independencia de la aguerrida madre soltera y la inteligencia espontánea, sin pulimientos ni decoro social, del pequeño Tom, crean una alquimia perfecta para hacer frente juntos a un aparato burocrático tan represor como anquilosado.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional 12:30 y 18 horas.