En estos tiempos pandémicos en el que las actividades avanzan con cautela hacia la normalidad, entre otras, con restricciones en horarios y en el número de visitantes, está el Museo de la Revolución te recibe en la plaza. Es el título de la exposición que montó su creativa directora, Alejandra Utrilla, en la explanada del Monumento a la Revolución para conmemorar el 111 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana y su 34 aniversario como recinto museístico, a cargo de la Secretaría de Cultura capitalina.
A través de los módulos museo de sitio, el porfiriato, el maderismo, la revolución popular, el constitucionalismo, las bases del nuevo Estado, proyectos legislativos y el cardenismo, se puede conocer el rico contenido de este lugar el día y a la hora que guste.
La muestra abarca periodos, objetos y personajes que encabezaron el movimiento armado y sentaron las bases de una nueva nación, con imágenes y textos. Entre otros, se muestran los avances tecnológicos durante el porfiriato, pormenores de la Decena Trágica, la importancia de Emiliano Zapata y su Ejército Libertador del Sur, así como de Francisco Villa y la División del Norte, de quien se muestra su silla de montar, la conformación del Ejército Constitucionalista y su entrada triunfal en la ciudad el 14 de agosto de 1914.
Si va en horas hábiles le sugiero entrar al museo, que además de la exposición permanente ahora tiene una temporal magnífica: México-Tenochtitlan en el imaginario nacional del Porfiriato a la Revolución. Es una reflexión sobre la visión de identidad a 500 años de la resistencia indígena que muestra –con excelentes fotografías antiguas, libros y textos– cómo se veía ese mundo durante el porfiriato y después de la Revolución. Busca traer a la memoria el mito fundacional del México Tenochtitlan que trasciende al pasado prehispánico albergándose en el imaginario nacional que empezaba a consolidarse a mediados del siglo XIX.
Ya que estamos aquí recordemos algo de la historia del colosal inmueble que en sus entrañas alberga al interesante museo.
En 1897 el régimen de Porfirio Díaz emitió una convocatoria internacional para la construcción de un nuevo recinto que albergara el Palacio Legislativo. Se efectuaron varios concursos y finalmente lo ganó el francés Emile Bernard, quien propuso un edificio estilo renacentista francés, muy parecido al capitolio de Washington. Era un proyecto costosísimo, ya que estaría cubierto de mármol italiano, granito noruego y adornado con esculturas. Los materiales se traerían de Europa.
A partir de 1903, y durante seis años, se hicieron estudios para la cimentación y construcción que culminaron en el levantamiento total de la estructura metálica... y ahí quedó. Al iniciarse el movimiento revolucionario las obras se detuvieron y los extranjeros salieron en estampida, junto con los porfiristas que se fueron al exilio.
Así permaneció el gran esqueleto de fierro desde 1911 hasta 1928. En ese periodo muchos de los materiales que ya se habían comprado se utilizaron en otras obras, como los leones de bronce que custodiarían la entrada principal, que fueron colocados a la entrada del Bosque de Chapultepec, el águila de lámina de cobre que coronaría la cúpula central pasó a la pirámide del monumento a la Raza y algunas esculturas adornan el Palacio de Bellas Artes.
En esos 17 años hubo múltiples discusiones sobre el destino que debería darse al monstruo inconcluso, que incluían la de su desmantelamiento; finalmente, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia convenció al presidente Plutarco Elías Calles que se adaptara para convertirlo en el Monumento a la Revolución, como símbolo de la fuerza transformadora de nuestra sociedad.
Es interesante conocer cómo con frecuencia, atrás de grandes proyectos está el sueño personal de un hombre. Obregón Santacilia nació y creció en la calle Vallarta, aledaña a la abandonada estructura; fue su lugar de juegos y sueños infantiles y adolescentes y a ella atribuye haber estudiado arquitectura.
A un costado de la plaza está el Mesón Puerto Chico, en José María Iglesias 55, con excelente comida española. Si el bolsillo ésta parco, a dos cuadras, en avenida Insurgentes 60, se encuentra la pulquería La Canica, que además de sus sabrosos curados ofrece buena comida mexicana.