Un silbo del viento, el beso del hada, la glosinea en flor.
El sonido del instrumento musical milenario llamado kora suena a encantamientos, invocaciones, nubes de pensamientos.
Es un instrumento de cuerda para deletrear el mundo, sus misterios, sus vibraciones divinas de mares vívidos, como escribió Rimbaud: “U, cycles, vibrements divins de mers vivides”.
La kora es un instrumento divino que anticipó las vocales de Arthur Rimbaud:
A Noir, E blanc, I rouge, V vert, O bleu: voyelles
Existe desde el siglo XIII y su poder pasa de mano en mano, generación tras generación.
Uno de sus detentadores actuales es un griot, es decir, una autoridad moral, espiritual: Toumani Diabaté (Malí, 10 de agosto de 1965), cuyo nuevo disco es un bálsamo, un torrente de bendiciones.
Se titula Korolén y fue grabado hace 13 años en vivo y ahora encabeza las preferencias musicales en Londres, y desde ahí, a todos los rincones del planeta, porque se consigue en las plataformas digitales, en red.
Se trata de un encargo del Barbican Centre y es la primera ocasión en que la kora es solista de una orquesta sinfónica, en este caso la Sinfónica de Londres.
Los autores de la partitura para la orquesta, Ian Gardiner y Nico Muhly, merecen un monumento, aunque el crédito que les otorgan es injusto: “arreglistas”.
La parte orquestal de este hermoso disco es una obra maestra de composición y es obra de Gardiner y Muhly.
Tiene esencia cultural profunda, suena completamente inglés y contemporáneo. Podemos distinguir, por ejemplo, el espíritu de Ralph Vaughan Williams (1872-1958) y en términos de orquestación es un prodigio, además de su balance de conjunto, el control de las dinámicas. Está lleno de detalles insólitos.
Es uno más de esos casos donde los héroes anónimos de un disco valioso quedan así, anónimos. Aunque saben que su oficio en eso consiste, en aportar para que otros luzcan, como el caso de los “músicos de sesión”, que participan en proyectos variopintos y siempre brillan en la oscuridad.
El disco Korolén, de Toumani Diabaté, contiene seis piezas donde la kora es protagonista y la orquesta responde, acompaña, interroga; en una puesta al día del método ancestral de llamado y respuesta.
Los músicos: Toumani Diabaté, kora; Lassane Diabaté, balafón; Mady Kouyate, guitarra; Kasse Mady Diabaté, voz; 30 músicos de la Sinfónica de Londres, todos dirigidos por Clark Rondell.
Korolén, el título del disco, significa Patrimonio. También, Antigüedad.
En el periódico digital Pan African Music, Elodie Maillot reproduce una entrevista que realizó a Toumani Diabaté, quien explica: “La música de la kora, es decir la música mandinga, es mucho más antigua que la de Beethoven, Mozart o Bach. Beethoven tiene apenas 250 años de edad, mientras la música mandinga existe desde el siglo XIII, pero es muy poco conocida”.
Para muchos, lamenta Diabaté, la música africana es “música de fiesta, de tambores y de baile con los pechos desnudos, pero tenemos otros tipos de música, incluyendo la espiritual, mística y meditativa”.
En tanto, John Pavoy informa en “The best in new and forgotten music”, que la idea de los compositores (que no arreglistas) Ian Gardiner y Nico Muhly fue “crear una arquitectura sutil en la que la orquesta moldee un espacio donde florezca la banda de Toumani”.
El balance orquestal es de antología: oboes, fagotes y flautas flotan sobre pianissimi en cuerdas; cornos franceses alargan atmósferas nacidas de la kora. Hay una sensación de flotar, cerrar los ojos y flotar. Suenan entonces coros de campanas tenues.
La capacidad inventiva de Toumani Diabaté en la kora permite vislumbrar al unísono la edad tremenda de esos sonidos al mismo tiempo que juguetea con músicas nuevas, por ejemplo un agradable y sorpresivo homenaje a Ennio Morrricone en una cita célebre, pasaje que se convierte enseguida en églogas, esferas, aluviones de algodón.
En un momento dado, escuchamos con claridad, en la pieza titulada Mama Souraka, el punteo de la kora en una metamorfosis fascinante: de repente lo que oímos es son jarocho, un fandango en pleno, lo cual no es sorprendente, dada la genealogía de la música clásica de Veracruz, asentada en el barroco y la música africana. Y también, que la música primigenia forma un vasto sistema de vasos comunicantes que circunda al mundo.
Los temas que desarrolla Toumani Diabaté están preñados de candor, pureza de espíritu, calma y bondad. Es una música que mece, arropa, aúpa y acurruca. Una música caricia. Una música plena de ternura.
El proyecto con la Sinfónica de Londres se estructuró, magia mediante del genial productor británico Nick Gold, a partir de piezas preciadas de Toumani Diabaté, en especial provenientes de su hermoso disco In The Heart of The Moon.
Ese disco es una joya vital. Norah Jones lo escucha cada mañana en su casa en Londres, para hacer su práctica de yoga y para que la escuchen sus hijas, “como un mantra, una plegaria”.
Conocemos la música de Toumani Diabaté gracias a Nick Gold, quien es valorado mundialmente por ser el productor, a través de su disquera World Circuit, de Buenavista Social Club, pero su quehacer es en realidad inmenso. Entre otros muchos creadores mágicos, ha dado a conocer a las masas a Toumani Diabaté. En palabras de Toumani, Nick Gold es “el Quincy Jones de la música del mundo” y le rinde homenaje en este disco, que nace de otros, producidos también por Nick Gold.
Músico y productor concibieron entonces este proyecto insólito, el de mezclar un instrumento milenario, sumamente antiguo como la kora, con la máxima institución de la cultura de Occidente: la orquesta sinfónica.
“No es fácil para nadie este privilegio –explica Toumani a Elodie Maillot– de colaboración entre la kora y una orquesta sinfónica. Se necesita valor, porque a menudo uno de los dos estilos sofoca al otro. Se trata, entonces, del arte de dar y recibir al mismo tiempo. Lo más importante en este trance es no tocar la música del otro, porque posee lenguaje propio. De lo que se trata es de escucharse el uno al otro, es la única manera como puede nacer música. Así fue como nació este disco con la Sinfónica de Londres.”
De ese proceso creativo nació esta música y de la mirada a discos anteriores.
En el corazón de la luna es un disco agraciado: Alí Farka Touré enarbola su guitarra mientras Toumani Diabaté envuelve en sus brazos su kora y en menos tiempo del que toma el sol en calcinar todas las llanuras, crean una música bellísima, de una ternura abrasadora que detiene el tiempo.
Hay otro álbum del cual eligió Toumani Diabaté para retrabajar algunas de sus piezas con la Sinfónica de Londres: Mandé Variations. El resultado es apabullantemente hermoso.
Los discos de Toumani Diabaté son en realidad poemarios y siempre rinden paz interior. Suenan a pócimas de amor, a efluvios sanadores. Es una música que hace audible el pulso celeste. Suena a heno, siempreviva, hueledenoche, eneldo.
Es una música que danza, extática, una revelación en medio de un sueño.
Vuelo dorado de polen, diálogos de sombras transparentes, reguero de relámpagos, bailarinas en su arqueo.
Es un sonido vegetal. Savia de pálpito calmo. Cordel. Nudo. Sabiduría. Amor.
Escuchar la kora en manos de Toumani Diabaté implica nombrar las palabras sencillas que hacen brillar al mundo: árbol, lluvia, hoja, ave. Tu sonrisa.