Pocos meses después de la llamada Primavera Árabe en 2011, Túnez vivió un clima de efervescencia política y aparente apertura democrática que facilitó el libre intercambio de ideas y una revisión crítica de valores patriarcales hasta entonces incuestionables. La acción de Un hijo ( Un fils, 2019), primer largometraje del tunecino Mehdi Barsaoui, transcurre en ese contexto social y coloca en primer plano a Sami Boujila, representante conspicuo de una generación de actores franceses de origen magrebí que han conseguido imponer su presencia en el cine francés actual. Su equivalente en el campo de los directores sería Abdellatif Kechiche, autor de La vida de Adèle, 2013. La película de Barsaoui marca el regreso de Boujila al país de sus padres y es la primera cinta en que el actor se expresa en árabe mostrando su talento para aclimatarse muy bien al mestizaje de sus dos culturas de origen.
Parte de esa armonía se refleja aquí en la vida cotidiana de su personaje Farès Ben Yassouf, quien lleva una vida tranquila a lado de su esposa Meriem (Najila Ben Abdallah) y su hijo de 10 años Aziz (Youssef Khemiri), hasta el momento en que un cruce de fuego en una carretera impacta el auto de la familia y deja al niño gravemente herido. Para Farès esta experiencia es dramática por partida doble, pues le muestra que la paz que parecía haber recobrado Túnez luego de las revueltas, sigue siendo una ilusión endeble, y que el equilibrio emocional del que creía gozar con sus seres queridos, se ve ahora duramente sacudido por el accidente que daña tanto a su hijo y por las revelaciones estremecedoras que le acompañan. Para sobrevivir, Aziz requiere del transplante urgente de un hígado y el tipo de sangre de la madre no le permite ser donataria. Queda sólo Farès como única solución posible, pero por una razón para él misteriosa, tampoco los médicos lo consideran un candidato idóneo. La suerte de Azis parece estar echada y la cinta entra en una dinámica acelerada de suspenso con situaciones dramáticas muy tensas que no es posible adelantar aquí.
El realizador muestra una gran destreza para exponer la espiral de infortunios que recaen sobre la pareja después del accidente y que afectan de modo especial a una Meriem agobiada por la culpa y por el rápido colapso de su relación con su marido, aun cuando la exposición del relato no rivaliza, en esta primera obra, con la manera magistral y sutil en que el cine iraní llegó a plantear dilemas morales y desavenencias conyugales similares en Una separación (Asghar Farhadi, 2011), por ejemplo. Uno de los propósitos más logrados del director ha sido exhibir la persistencia de una tiranía patriarcal en el país árabe, manifiesta en la legislación discriminatoria y misógina que impide a la pareja encontrar una solución al sufrimiento de su hijo y que de paso censura en la mujer una conducta adúltera que sin rubor tolera en los hombres. Una doble moral arcaica capaz de derribar los mejores equilibrios amorosos, aunque sin tener jamás, como se insinúa en la cinta, la última palabra.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12.30 y 18 horas.