Si Muhammad Ali es el rey indiscutido del boxeo, Sugar Ray Leonard al menos es un príncipe. Fue un esteta y un guerrero, un peleador de los que desquitaban cada centavo pagado por sus combates con soberbias exhibiciones de arrojo y pasión. En su época no fue fácil, había otros que orbitaban en la élite del mejor pugilismo de finales de los años 70 y principio de los 80.
Sugar los venció a todos. Un tañido de campana suspendía el tiempo y el espacio se reducía a unos cuantos metros donde fraguaba momentos históricos ante sus rivales. Perdió la primera vez que enfrentó a Roberto Mano de piedra Durán, pero lo derrotó en las dos siguientes; sometió a Marvin Hagler y a Thomas Hearns, tres nombres, más el de Ray, que formaron un parnaso de peleadores irrepetibles.
Aun así, Sugar se resiste a ser considerado el mejor de una época. Desde luego, tampoco se atreve a otorgar semejante título a nadie; le parece que puede ser ofensivo.
“El único que puede decirse, sin equívoco y sin ofender a nadie, que es el mejor de todos los tiempos es Muhammad Ali”, afirma Ray Leonard en la convención 59 del Consejo Mundial de Boxeo en Ciudad de México; “lo que hizo en el ring y afuera es realmente histórico. Creo que con él no hay discusión: es el más grande”.
Leonard no es partidario de encender polémicas con declaraciones. Ni siquiera critica a las figuras surgidas de redes sociales que hoy se prueban en el boxeo. Para Sugar es un fenómeno de que los tiempos cambian y el boxeo no es ajeno.
“Quizás hay demasiados cinturones”, dice; “¿cuántos puede ganar un boxeador? Eso diluye el valor de un título; sólo debería existir uno que acreditara la importancia de quien lo ha ganado”.
Lo dice alguien que se fue y regresó al boxeo a principios de los años 80. No fue el dinero lo que lo llevó de regreso al cuadrilátero. Fue algo más poderoso y difícil de describir, explica Leonard, una suerte de fuerza magnética contra la que no podía resistirse. Dice que extrañaba boxear, así, a secas; también vencer a todos.
“El boxeo es algo tan fuerte y tan noble”, evoca Sugar; “me ayudó a salir de las drogas y del alcohol, sobre todo a superar el dolor de haber sido víctima de abuso sexual cuando niño. Me permitió expresarme de una forma que no podía de otra manera. Le debo todo”.
Del dolor del alma al dolor del cuerpo, Leonard recordó también que cuando recibió su primera derrota sufrió el primer tormento real sobre el cuadrilátero. No recuerda ningún golpe que lastime más que aquellos propinados por Roberto Durán.
“No sólo me dolían sus golpes, sino que fue mi primera derrota y eso calaba todavía más”, recuerda.
Roberto Durán apareció de pronto entre los invitados para refrendarle su respeto y ambos se fundieron en un abrazo de vie-jos camaradas.
“Ha pasado mucho tiempo desde que peleamos”, le dijo Durán conmovido; “no hay rencor; te respeto y te admiro porque fuiste un gran boxeador, pero sobre todo porque eres un gran ser humano”.