La carrera del iraní Mohammad Rasoulof se ha visto acompañada de múltiples arrestos y prohibiciones para filmar debido al supuesto de que su cine pone en peligro la seguridad nacional y hace propaganda contra la república islámica. Pese a dichas restricciones, y con el apoyo de otros cineastas iraníes igualmente acosados, el director de Un hombre íntegro (2017) sigue trabajando en la clandestinidad y hace llegar su obra a festivales internacionales donde continuamente recibe reconocimiento. Su película más reciente, La maldad no existe (There is no Evil, 2020), obtuvo el Oso de Oro en la Berlinale en 2020. Aborda la pena de muerte y su impacto en quienes son obligadas a aplicarla; ha afianzado la suspicacia del régimen autoritario hacia el realizador y redoblado su ánimo censor.
Ante la dificultad de filmar clandestinamente un largometraje, escollo que libró de modo original Jafar Panahi en Esto no es una película, del 2011, Rasoulof eligió filmar por separado cuatro cortometrajes que presentó ante la censura como trabajos sin relación unos con otros y con cuatro autorías falsas. El corte final dura dos horas y media y refiere, con ritmo ágil y buena edición, cuatro parábolas morales sobre la resistencia de varios individuos ante los abusos de la autoridad penal. En el primer episodio (La maldad no existe), el mejor de los cuatro, se describe la rutina de un ciudadano pacífico, intachable padre de familia, y una serie de acciones que culminan en un desenlace pavoroso. En Ella dijo, puedes hacerlo, un soldado se plantea la dura disyuntiva entre preservar su seguridad laboral y tener que prestarse a la aplicación de la pena de muerte a un individuo, lo que rechaza contundente: “No quiero derramar sangre, y de ser preciso mataré a la persona que me obligue a ejecutar a alguien”. En Cumpleaños, la vida del protagonista toma un giro dramático al advertir que ha participado en la ejecución de un hombre afectivamente cercano a los seres que ama. Finalmente, en Bésame, donde participa Baran Rasoulof, hija del cineasta, plantea de nuevo un asunto moral: la imposibilidad del perdón luego de que un hombre se ha visto obligado a distanciarse de su hija por una culpa relacionada con la aplicación del castigo.
Hasta hace muy pocos años, la república islámica era responsable de más de la mitad de todas las ejecuciones capitales en el mundo. La situación ha variado muy poco. Mohammad Rasoulof opta aquí, de modo original, por plantear el problema desde la perspectiva no ya de las víctimas (cuya identidad se desconoce en el relato), sino de las personas, ciudadanos comunes o soldados rasos, que son los instrumentos inermes que las autoridades usan para aplicarla. En caso de desacato, no tienen derecho a un pasaporte ni a un empleo. Una inspiración manifiesta de la cinta ha sido la postura moral de la escritora alemana Hannah Arendt, quien a menudo denunció cómo una maquinaria estatal regula las voluntades y decisiones de los individuos, voviéndolos sus colaboradores obligados en una estrategia de represión planificada. Cada episodio ilustra aquí la perversidad de esa operación y sus saldos a menudo desoladores en quienes la practican, pero también muestra, de modo más vigoroso aún, como en el segundo episodio, la negativa de algunas personas a acatar las órdenes injustas. Esta última actitud refleja muy bien la postura actual del cineasta, quien con un pie en la cárcel sigue en espera de que las autoridades resuelvan su caso. Un empecinamiento artístico admirable.
Se exhibe en sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17 horas.