Desde el inicio de su sexenio López Obrador anunció la estrategia de su política externa. Sería el reflejo condicionado de su quehacer interno. Y no dijo más. De inmediato comenzaron las críticas: una visión restringida, pueblerina o incompleta, fueron los términos usados con más frecuencia. Sus rivales políticos dieron por sentado que ello obedecía a la incapacidad del Presidente para entender un mundo del que ignoraba no sólo el rumbo, sino sus problemas y disputas. El único complemento usado durante los tres años siguientes sólo alcanzaba a particularizar los añejos principios de la autodeterminación y la no intervención en los asuntos internos de los países. El cierre crucial lo aportaba la solución pacífica de los conflictos. Y hasta ahí llegaba el horizonte rector de la posición de un país de la importancia alcanzada por México.
Hubo, sin embargo, varios acontecimientos externos que introdujeron, casi obligadamente, modificaciones a tan conocida postura. El golpe de Estado en Bolivia fue un suceso que requirió sensibles matices, adiciones y un mayor detalle a la incipiente definición. Se adelantaron sutilezas diplomáticas al tajante comunicado de condena a tan grave atropello al orden establecido en ese país. El envío de un avión para rescatar al presidente Evo Morales, a su entonces vicepresidente, Álvaro García Linera, y al señor Luis Arce –actual y agradecido presidente de esa nación– estableció un precedente de cuño inusual. El recibimiento, acogida y protección a tales personajes bolivianos enviaron precisas señales de la firme orientación mexicana. Una de ellas, trascendente, adelantando la tendencia a hermanarse con aquellos gobiernos con manifiestas líneas de izquierda o centro-izquierda. Asunto similar al reaccionar a las elecciones habidas en Argentina y los pronunciamientos del presidente Alberto Fernández, cuyo complemento ocurrió con motivo de su posterior visita al país. En tiempos sucesivos la invitación al presidente de Cuba como orador principal y la enérgica condena al bloqueo a la isla no dejaron duda de la activa y firme postura nacional.
Pero el suceso que marcaría con claridad la extensión y, sobre todo, la coherencia de sus enunciados originales se dio al asistir a la Organización de Naciones Unidas (ONU). Allí, en el Consejo de Seguridad, se pudo apreciar la dimensión e interrelación, que existe entre la política interna, seguida durante estos tres años transcurridos y lo que representa de apoyo exterior. En verdad, perseguir una abierta y consecuente política que antepone a los pobres, a los marginados que, por desgracia, son mayoría, puede sustentar un discurso de amplitud mundial. El llamado presidencial a los poderosos de la Tierra, a través de la ONU, para auxiliar a los necesitados, encuentra su coherencia con la, insistentemente, perseguida, como prioritaria en lo interno. No es, simplemente un tropel de palabras sin referentes. Es, en cambio, una aportación que implica entender lo que México y el mundo requieren. Claro que la crítica opositora estalló aun en vituperios. Empezó con la declaratoria de un mensaje y un Presidente impertinente dentro de la temática usual en el Consejo de Seguridad. Un escenario que habla de alarmas, de guerras, de violencia y soldados sitiados por la lucha entre potencias y la rivalidad para establecer dominios mundiales. La clasificación de la corrupción como el origen de los males actuales no sólo se agota aquí, sino que, también, se radica en los del mundo. Y AMLO particularizó su naturaleza con varios ejemplos, tal como lo hace en sus mañaneras. Pero los opositores insistieron: fue un discurso chato, equivocado, impertinente e inocente, que no tendrá repercusión alguna. Pero, por lo que en realidad ocurrió en varios países, interesados en el plan avanzado por el Presidente, contradice tales críticas que reflejan la tonta y corta comprensión de lo que, en verdad, sucedió en la ONU. El complemento de algarabía, vítores y cantos, de la multitud de paisanos reunida en las calles y plazas de Nueva York le dio un toque adicional de coherencia trascendente que no se puede soslayar.
Es necesario, sin embargo, precisar que, esta correspondencia entre lo interno y lo externo, requiere ser complementada con posturas y visiones adicionales para una política de relaciones externas de alcance y complejidad mundiales. Hacen falta líneas definitorias ante lo mucho que sucede fuera y sus repercusiones en lo interno. Para lo cual hay que dictar las respuestas debidas a lo que el planeta vive y, ante lo cual México tiene algo que decir y hacer. AMLO ya lo comenzó a definir en relación, por ejemplo, con las vacunas y su injusta y hasta torpe distribución entre países. Todos estos sucesos ya han sido denunciados con fuerza y formarán el complemento a un despliegue mayor y mejor de las relaciones exteriores mexicanas.