Antes que llegaran los misioneros protestantes extranjeros hubo una intensa movilización de creyentes nacionales que allanaron y facilitaron el camino seguido después por aquéllos. Tiene razón Abraham Téllez en su pionera investigación sobre cómo se desarrolla el protestantismo en México, al observar que, “en los orígenes de los trabajos para intentar promover el protestantismo en general en México dados a partir de la década de los cincuenta [del siglo XIX], encontramos que casi todos ellos presentan un marcado carácter individual; es decir, exento de una organización misional que los respaldara pero que en su momento las sociedades misionales aprovecharían en su favor. De tal suerte que, cuando éstas llegaron a México se encontraron con un trabajo precedente que les evitó partir de cero”. Hoy contamos con más evidencias documentales de que así fue.
Está comenzando a circular la segunda edición de mi libro Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX, cuyo prólogo es obra de Bernardo Barranco. En el volumen predominan factores y personajes endógenos que se conjuntaron para construir condiciones que facilitaron los esfuerzos de los misioneros extranjeros que arribaron al país a finales de 1872. El proceso de cuatro décadas, que va de las primeras discusiones sobre la tolerancia de cultos tras la consumación del movimiento de Independencia hasta la promulgación de la Ley de Libertad de Cultos de Benito Juárez (4 de diciembre de 1860), muestra claramente lo endógeno de la naciente diversificación religiosa. En ella confluyeron múltiples actores que buscaban, por distintas razones, que la nación se transformara mediante un nuevo paradigma económico, político, cultural y religioso.
Sobre tal proceso endógeno construyeron su espacio de libertad sociorreligiosa los pequeños núcleos que rompen con la religiosidad tradicional. Lo hacen en condiciones adversas, pero no herméticas del todo a la propuesta religiosa representada por el protestantismo. El decidido involucramiento de esos primeros cristianos evangélicos nacionales, cuyas conversiones tienen múltiples orígenes y desenlaces, sirve como cabeza de playa a la posterior llegada institucional de los misioneros.
Los informes de esos misioneros a las agencias que los enviaron son, en términos generales, muy optimistas por los relativamente buenos resultados alcanzados en poco tiempo. Lo sembrado por personajes que logran dar forma a una cierta sociedad de ideas (la propuesta de que México debe dar cabida a credos religiosos distintos del catolicismo romano), y los pasos dados por quienes de esa propuesta transitaron a la identificación personal y grupal con la nueva fe, hicieron posible el tránsito de la presencia ideológica a la presencia física del protestantismo en nuestras tierras.
El asentamiento del protestantismo en México fue fundamentalmente un hecho endógeno, y otro indicador de ello, además de las referencias históricas que hemos citado en nuestro trabajo, es el costo en vidas que significó el precio a pagar por quienes resistieron la intolerancia y franca persecución de grupos que se organizaron para desarraigarlos de distintos lugares. En todas partes de América Latina los protestantes enfrentaron situaciones similares, pero aquí las condiciones violentas y sus resultados fueron más cruentos que en ninguna otra parte durante las décadas iniciales en que logró ser parte del panorama religioso nacional. Hubo un “volumen, sin par en la América Latina del siglo XIX, de actos de violencia contra los protestantes que se cometieron en México”, consigna Hans-Jürgen Prien ( La historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985, p. 775).
Ante la evidencia histórica de persecuciones contra los evangélicos, no nada más en el siglo XIX, sino también durante la siguiente centuria, el único gran intelectual mexicano que reiteradamente señaló esa ominosa realidad, Carlos Monsiváis, sostuvo que “al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyen con frecuencia el linchamiento, el número de pastores y feligreses asesinados o abandonados muy mal heridos”.
Al mismo tiempo en que se iniciaba la consolidación de células protestantes en la capital mexicana, en otras regiones del país, durante los años 1860-1872, se estaban gestando de manera independiente entre sí núcleos evangélicos que fueron el origen de posteriores iglesias de diversas denominaciones protestantes/evangélicas. La investigación histórica muestra que el proceso fue mucho más rico, complejo y ancho que la estrechez empeñada en datar la génesis de algún grupo confesional protestante en el siglo XIX al arribo de misioneros foráneos.