Madrid. Wole Soyinka, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1986, el primer africano y el primer negro en obtenerlo, ha reflexionado a lo largo de su vida sobre el poder, que considera un “fenómeno arbitrario, no fiable y antihumano”, que sufrió en carne propia, cuando fue encarcelado durante dos años, en los cuales escribió a escondidas sus poemas en el papel higiénico de la celda. A sus 87 años rememoró su experiencia en Estados Unidos, cuando asumió el poder Donald Trump, a quien calificó de “payaso que sabe conectar con el instinto más primitivo”, un “tonto que se convirtió en uno de los jefes de Estado más peligrosos de la historia”, un “asesino de masas” que se negó a alertar a la población cuando conocía de primera mano los riesgos de la pandemia del Covid-19. El “peligro sigue ahí”, no ha desaparecido y tiene muchos seguidores, advirtió el nigeriano.
Akinwande Oluwole Soyinka, Wole Soyinka, nació en Abeokuta, Nigeria, en 1934, y desde joven ha escrito poesía, ensayo y teatro, sobre todo, pero también novela y relatos cortos. Después de 50 años de no escribir en el género de la novela, publicó Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra (Alfaguara), una sátira sobre la Nigeria actual, en la que refleja la corrupción lacerante, el abuso de poder, la desigualdad y la falta de libertad. Y lo cuenta con ironía, con sarcasmo, porque el humor, dice reconocer en su propia forma de ser, cubre una realidad dolorosa y apabullante.
Soyinka, quien presentó su novela en la Casa de América de Madrid, vive actualmente en Nigeria, tras abandonar Estados Unidos por la llegada de Trump al poder, ante lo cual destruyó de forma voluntaria su green card. Ese rencuentro con su país le ha llevado en parte a escribir este libro, en el que desnuda una sociedad compleja que no ha cambiado mucho desde que fue encarcelado y perseguido, además de ver en primera persona la violencia desatada del ex dictador Sani Abacha, que ahorcó en la plaza pública a uno de sus mejores amigos, el escritor y “guerrero ecológico” Ken Saro-Wiwa.
Cuando constató que ni su condición de Nobel le salvaría de la brutalidad del dictador, decidió huir durante la noche en el asiento trasero de una motocicleta con la que cruzó el bosque y medio país. Sabía que su sentencia de muerte estaba escrita. Esa experiencia y su paso por la prisión a causa de escribir artículos críticos al gobierno le han llevado a reflexionar sobre el poder:
“El poder contrasta con la autoridad. Es algo que se da a ciertos individuos en la sociedad, pero es un fenómeno arbitrario, cruel, no fiable, antihumano. Muchas personas que tienen poder acaban alienadas, y eso va en contra de la sociedad. La autoridad puede ir de la mano de la libertad, pero el poder no. De hecho, el poder no tolera la libertad.”
Fue entonces cuando rememoró el momento en que decidió destruir la tarjeta de residencia con la que podía vivir y dar clases en Estados Unidos, donde habitó un tiempo y fue testigo en primera persona del ascenso a la presidencia de Estados Unidos de Barak Obama. “Trump y yo… realmente, en mi caso fue una sensación física. Necesité apartarme de esa sociedad. Trump era un insulto para la existencia del ser humano. Su retórica estaba llena de odio y de insultos. Es un hombre estúpido, pero al mismo tiempo tiene una inteligencia intuitiva y es capaz de despertar el instinto primitivo a través de la xenofobia, del racismo. Recuerdo que muchos de mis colegas escritores no fueron capaces de reconocer el peligro, sólo veían en él a un payaso. Y sí, es un payaso, pero un payaso muy peligroso. Yo diría que es uno de los jefes de Estado más peligrosos de la historia.”
Para justificar esa afirmación tan rotunda, recordó cuando irrumpió en el mundo la pandemia del Covid-19 y la postura de Trump al respecto: “Era responsable de millones de personas y durante una entrevista en televisión reconoció que estaba al tanto de la amenaza de la pandemia, pero que no dijo nada para no alarmar. Tenía la obligación de hacerlo, pero no lo hizo. Y lo mismo con el ataque al Capitolio. Eso es suficiente para que lo hubieran encarcelado el resto de su vida. Y encima quiere volver al poder. Es responsable de la mitad de las muertes en Estados Unidos por la pandemia. Es un asesino de masas. Estados Unidos tiene que despertar y darse cuenta de lo que Trump representa, no sólo para su país, sino para el resto del mundo. Pues el peligro no ha acabado, sigue ahí. No está fuera, todavía tiene mu-chos seguidores”.
En cuanto a la concesión del Nobel de este año al tanzano Abdulrazak Gurnah, Soyinka se mostró “contento” de que el premio regresara a África y de que “los lectores occidentales, representados por la Academia Sueca, empiecen a darse cuenta de la riqueza del continente africano”.
Rechazó de forma categórica que con esta designación se busque cubrir una “cuota” para “hacer justicia histórica” con una determinada etnia, región o género. “La Academia Sueca tiene la obligación de ser una institución aventurera, tiene que seguir sorprendiendo, que la gente se dé cuenta de que existen esas maravillas en el resto del mundo. Tiene que educarnos en ese sentido, esa es la misión de la Academia”.