En las elecciones realizadas el domingo pasado en Argentina, el Frente de Todos, el partido del presidente Alberto Fernández, sufrió una grave derrota ante la coalición de las derechas Juntos por el Cambio, que tiene su principal referente en su antecesor en el cargo, Mauricio Macri. El descalabro más grave fue la pérdida de la mayoría en el Senado, que se renueva por tercios en forma bianual, y en el que el oficialismo perdió la mayoría que ostentaba. Con una participación superior a 67 por ciento, la principal formación opositora obtuvo 41.53 por ciento de los sufragios, en tanto que el peronismo progresista de Fernández logró apenas 32.43 por ciento.
Otros resultados destacables son el fortalecimiento de un polo de izquierda, el Frente de Izquierda-Unidad, que se ha convertido en la tercera fuerza electoral del país, pero también la proliferación de las agrupaciones de ultraderecha Avanza Libertad y La Libertad, que lograron de manera conjunta cinco bancas en el Senado.
El esperado fracaso electoral oficialista debe atribuirse, en primer lugar, a la incapacidad del gobierno para hacer frente a la crisis económica –agudizada por las medidas de contención de la pandemia de Covid-19– que golpea a las clases populares, lo que generó un desencanto entre las bases tradicionales del peronismo; también jugaron en contra del Frente de Todos las inocultables disputas internas –particularmente, las desavenencias entre el mandatario y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner– y la habilidad de la derecha para hilar una narrativa adversa a la actual presidencia e incluso una siembra de pánico financiero, brutalmente magnificadas ambas por los medios oligárquicos.
Lo cierto es que el traspié coloca al gobierno de Alberto Fernández en una situación crítica, habida cuenta que se encuentra en vísperas del intento de emprender reformas judiciales y fiscales de obvia necesidad y de una renegociación con el Fondo Monetario Internacional para lograr un alivio a la deuda de 45 mil millones de dólares que Macri dejó como herencia a su sucesor. En tales circunstancias, la pérdida del control del Senado pone a la presidencia en una circunstancia de debilidad.
El resultado electoral es preocupante para la nación austral porque el “cambio” ofrecido por las derechas no es más que la vuelta al neoliberalismo puro y duro cuya restauración fracasó estrepitosamente durante el mandato de Macri (2015-2019) y llevó al país a una aguda crisis económica y social. Pero es también inquietante para la región, en la medida en que el debilitamiento del gobierno progresista argentino dificulta los esfuerzos de las sociedades latinoamericanas para la superación definitiva de ese modelo, la plena recuperación de las soberanías y la reactivación de un proceso de integración regional a todas luces necesario.