Hablar de lo indígena cuando las familias y las nuevas generaciones han pasado por un proceso de “blanqueamiento” es muy complejo porque México es un país mestizo; “es decir, ¿qué se requiere para ser llamado ‘artista indígena’?”, se pregunta la fotógrafa de origen maya Patricia Martín (Mérida, 1972).
Es una de las ideas sobre las que reflexiona la obra de la artista, quien, si bien ha participado en encuentros dedicados a presentar el trabajo de creadores originarios de varias etnias de América, considera que el arte contemporáneo debe ser reconocido por su valor estético, sin que la etiqueta “indígena” repercuta en esa valoración.
Sin embargo, añade en entrevista con La Jornada, la legitimación del arte contemporáneo “tiene mucho que ver con esa mirada sofisticada y culta del curador, o de una institución, llámese galería o museo.
“Si un curador dice que un huipil es arte contemporáneo, el artesano se vuelve artista. El curador es el que tiene la sartén por el mango; sin quitar valor a esas personas que han visto mucho y pueden observar con rayos X el trasfondo de lo que hay en la cabeza de un creador, también tienen un papel muy peligroso, porque convierten en vacas sagradas a quienes no lo merecen.”
La fotógrafa fue discípula de Mariana Yampolsky (1925-2002), y reitera que su obra no cae en el costumbrismo, “va más allá, porque el mestizaje también ha sido de vida, de ideas, de posibilidades, es lo que nos ha hecho poder ver las dos partes que conforman nuestra identidad.
“En otros países me ven como indígena, pero aquí en mi país no, porque no hablo maya. En Mérida, el proceso de ‘acatrinamiento’ implicó para muchas generaciones que se les prohibiera hablar maya, y con ello no solamente se perdió una manera de comunicarse en un idioma, sino una forma de mirar las cosas, porque una lengua abarca toda una cultura. Perdimos la posibilidad de conocer, por ejemplo, el trabajo de mi abuelo, de mi bisabuelo, o lo que hacía la abuela en cada fecha ritual.
“Curiosamente, en la actualidad en Estados Unidos hay un florecimiento de las lenguas originales porque el gabacho entiende el español, pero no el maya o el zapoteco o el ñañú, que se han vuelto una especie de código para comunicarse sin que los gringos entiendan.”
Estigmas institucionales
Ante ese contexto, la fotógrafa narra que participó en la primera Bienal Continental de Arte Indígena Contemporáneo de 2012 “para meter el dedo en la llaga y lanzar la pregunta: ¿a qué se refieren? ¿Quieren decir que consideran diferente al creador que habla purépecha del que sólo habla español, o al que se viste de catrín del que usa un huipil bordado? En la convocatoria me parecía que ya había una gran carga de discriminación, y no precisamente positiva, porque desde la institución se estaba estigmatizando.
“No creo que el trasfondo de encuentros así aporte algo a la creación de artistas considerados ‘de sangre azul azteca’. Es decir, esas búsquedas son un tipo de discriminación, porque este país es mucho más rico y complejo en su mestizaje.”
En México, continúa la artista, hay una gran tradición de foto indigenista, “cuyo tema es la vida de los pueblos originarios y, visualmente, es muy atractiva, pero de una década para acá han surgido testigos fotográficos de esa vida que se está perdiendo a pasos agigantados debido a la modernidad.
“La novedad es que esa fotografía ya no la hacen personas de fuera de las poblaciones, sino los mismos jóvenes que ahí nacieron, que tienen la oportunidad de usar una cámara profesional y han decidido documentar sus vidas.
“Son grandes exponentes de la fotografía que se mueven en dos ámbitos, ven el mundo indígena desde dentro porque pertenecen a él, lo entienden, hablan el idioma, y eso les da la posibilidad de mirar esa vida de forma totalmente diferente.
“Esos jóvenes fotógrafos captan a sus abuelas, a sus madres, a sus hijos viviendo situaciones que quizá desde fuera alguien podría calificar como ‘folclóricas’, pero es vida cotidiana, un trabajo que va más allá del folclor y de aquello que se conoció como indigenista, fotos en blanco y negro que sobre todo hicieron egresados de las escuelas de antropología o los hijos de los grandes investigadores de El Colegio de México y la UNAM.
“Hablamos de que ahora tenemos fotógrafos que miran la vida cotidiana de sus pueblos incluso desde un punto de vista fantástico, desde la creatividad. En ese sentido va mi trabajo, hago puestas en escenas de la vida cotidiana. No capto el momento, acudo con personas a las que les tengo confianza, les propongo algo y lo hacemos”, concluye la fotógrafa, cuyo trabajo forma parte de colecciones de museos como el de Artes Fotográficas Kiyosato de Japón, el de Bellas Artes de Houston, el de Artes Fotográficas de San Francisco, la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Museo del Chopo de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Salón de Otoño de París y la colección FotoMuseo de Bogotá.
La obra de Patricia Martín se puede apreciar en: https://hydra.lat/collections/patricia-martin