Después de un largo impasse, por fin fue aprobado el paquete de infraestructura propuesto por el presidente Biden, 1.2 trillones de dólares que se destinarán a reparar el deterioro de puentes, carreteras, redes de agua, ferrocarriles, etc. También se emplearán para ampliar la red de comunicaciones por Internet y en menor medida para la ampliación de infraestructura para la protección del medio ambiente. En este último tema, la influencia que ejercen en un puñado de congresistas los barones de industrias como el carbón y el petróleo (de origen fósil) fue determinante para erosionar la iniciativa de reducir sustancialmente la emisión de gases que contribuyen al calentamiento del planeta.
Algo de lo más interesante del primer acto del drama sobre la aprobación de medidas para proteger a la sociedad en su conjunto fue la forma en que culminó la aprobación del paquete. Trece legisladores republicanos votaron con la mayoría demócrata para aprobarlo (fueron acusados de traidores por sus propios compañeros de partido) y ocho legisladores del bloque progresista de los demócratas votaron contra su aprobación. La oposición de estos últimos se debió a la exigencia de que el paquete de beneficios sociales se aprobara en conjunto con el de infraestructura, en una solución del todo o nada. Su temor, no sin cierta razón, es que el apoyo para las medidas que implican beneficios sociales se queden en una mera intención, como frecuentemente sucede con este tipo de iniciativas sociales. Lo sucedido deja una estela de dudas sobre la forma en que el Congreso pueda llegar a los acuerdos necesarios para aprobar otras importantes iniciativas de la agenda del presidente, entre ellas la de reformas económicas de beneficio social, la reforma política cuya esencia es el respeto y la promoción del voto, y la reforma de la policía, de la que depende la reorganización de un cuerpo que no siempre actúa dentro de los cánones de los respetos a los derechos de las minorías.
En el fondo, se repite una vieja historia en la que la tensión entre las dos fuerzas dominantes en EU cobra vida en cada ocasión en que una u otra intenta imponer su versión del desarrollo. Pareciera que el paradigma es la repartición de los beneficios del desarrollo más equitativamente o en concentrarlos en una minoría. Se han socavado los pilares del crecimiento más armónico de las décadas 40, 50 y parte de los 60, que permitieron un incremento sustancial de las clases medias estadunidenses. Sin un cambio sustancial en los pilares del desarrollo, por ejemplo una reforma fiscal sustantiva, una formulación más precisa del papel que juega la migración en el crecimiento de la economía, la importancia y el reconocimiento de la mujer en el mercado laboral. Todas ellas, y más, son asignaturas que se han dejado de lado, o han surgido con los profundos cambios de la sociedad en las últimas décadas. Justificada o no, la rebelión del grupo progresista del partido demócrata es un síntoma de los cambios necesarios en su seno para retomar el camino que perdió hace tiempo. Lo difícil será encontrar la sincronía para imponerlos con una sociedad reacia a entender la necesidad de esos cambios en un mundo que se ha transformado radicalmente. Si las encuestas de opinión tienen algún grado de certidumbre, por ahora, la sociedad en su conjunto no parece haber llegado a ese grado de madurez.
Por lo pronto, la aprobación del paquete para infraestructura, el más importante en los últimos 60 años en esa materia, es un indiscutible triunfo para el presidente Biden. Si se entiende el gran beneficio que para el país en su conjunto representa la magna inversión aprobada, es un gran paso en su periplo de reformas que se deberá reflejar en su alicaída popularidad.