Al final de la pasada columneta anunciaba la intención de relatar facetas y acontecimientos de la vida de Froylán López Narváez recabados por múltiples fuentes o directamente vividos, por ejemplo, mi boda semirreligiosa con la madre (maravillosa) de mi primera hija, oficiada por fray Alberto de Ezcurdia. Matrimonio mixto, creo que se llama, si un contrayente no profesa el credo católico y el otro sí, este último debe cumplir todos los requisitos impuestos por su iglesia, en cambio, el primero está exento de hacerlo. En mi caso, se corrieron amonestaciones, ella se confesó y comulgó, y yo me abstuve y permanecí de pie toda la ceremonia. Y así, gracias a la opinión de ambos frailes, realicé uno de los grandes momentos de mi vida.
Un periodo en que viví las dudas, las desesperanzas, incertidumbres que me rebotaban del camino de la guerrilla al seminario conciliar, del mundo del espectáculo y la frivolidad frente al de la investigación, la academia y a veces al extremo de intentar el camino de Manuel Acuña, poeta icónico de mi tierra originaria, don Froylán y don Sergio Méndez Arceo me brindaron su interés, preocupación y celo pastoral. Me sacudieron de la crisis y me impulsaron a resolver, aunque dentro de mis limitaciones personales, una de las encrucijadas comunes en los jóvenes a los que nos da por pensar que existimos para algo más que vivir.
Esta semana recibí unas propuestas coincidentes: Ortiz, está bien que dejes testimonio de tus gratitudes y los afectos por Froy, pero no los sepultes en los modestos terrenos de la columneta. Te sugerimos mejor que convoques a quienes como tú tuvieron el beneficio de la conocencia froylanesca, a escribir dos o tres cuartillas de sus experiencias y recuerdos sobre esta amistad y tratos con el maestro de la comunicación oral, escrita y sonora. Que no sea a una voz, así sea emocionada y agradecida, que sea un amplio coro quien exprese esa semblanza. Entre más plural, más enriquecedora. Que los nuevos politólogos/ sociólogos/comunicólogos/internacionalistas sepan que heredaron ejemplo y compromiso de maestros como don Pablo y Enrique González Casanova, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Gastón García Cantú, Carmen Guitián, Cristina Puga, María del Carmen Ruiz Castañeda, Octavio Rodríguez Araujo, Miguel Ángel Granados Chapa, Margarita Suzan, Adolfo Chacón y muchísimos más que en este momento se me escapan de la mente.
Seguramente no escatimarán sus contribuciones a este merecido homenaje Ángeles Mastretta, Lilia Rossbach, Virginia Sánchez Navarro, la bella señora Aubanel, Jorge Alcocer, Humberto Musacchio, Javier Solórzano, Oscar González, Enrique Rubio, Enrique Strauss, Rafael López Castro, Miguel Nieto y Humberto Lira, quien recientemente coordinó un libro/homenaje al muy querido Ignacio Pichardo Pagaza. Él tiene, por su reciente exitosa experiencia y el afecto que Froy siempre le dispensó, el compromiso de dirigir esta común tarea: que se conozca la vida y la forma de vivirla de este maestro universitario, porque por su integridad, calidad humana y comportamiento de auténtico espíritu cristiano merecen, en los tiempos que corren, al menos la gana de imaginarla y tal vez de imitar. Quedo en espera de todas las sugerencias que sobre este proyecto me lleguen del país que tiene como lema: “La rumba es cultura”.
Doy inicio a la primera de las anécdotas que en el pleistoceno sucedieron. La peluquería Marycel era toda una institución en Saltillo. Gozaba de la preferencia de las señoras madres de esta ciudad, básicamente porque los “maistros” eran viejos conocidos y, más allá de su paciencia para aguantar a los insoportables infantes, obedecían al pie de la letra las indicaciones maternas sobre cómo querían que su “angelito” fuera presentado. Pero más importante aún: las recoletas mamás estaban seguras de que los maestros cortapelos no nos permitirían el acceso a las diabólicas revistas pornográficas de ese entonces que, en el de hoy, les parecerían una simplonería a los bebés Montessori.
Las Sumuy Key, las Kalantán, y las Tongoleles resplandecían en las páginas de las añoradas publicaciones como Vea, JaJa y Confeti, modestos antecedentes de Quién, ¡Hola ! y otras divulgadoras de perversidades como la explotación, la discriminación, el lujo, la soberbia, pero eso sí, a todo color. Lo cierto es que los hábiles maestros tenían algunas de esas publicaciones ocultas detrás de las portadas de otras revistas con juegos o cuentos infantiles que a los niños de 12 años nos dejaban por momentos contemplar. Excuso decir que nuestros deseos más fervientes eran que el pelo nos creciera tan rápido que nuestras madres nos llevaran semanalmente a la peluquería Marycel para que nos asemejáramos lo más posible al angelito que ellas nos consideraban en su corazón.
El final de este corte de pelo continuará…
Twitter: @ortiztejeda