El resultado estaba más que cantado, pues los opositores al obradorismo no ganaron en las urnas el número de curules que pudiera impedir a la mayoría, integrada por el partido guinda y sus aliados, la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación para 2022. El triunfalista fuego de artificio de los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional y lo que queda del de la Revolución Democrática, luego de las elecciones intermedias de este año, quedó confirmado como puro humo a la hora de la incontestable realidad aritmética en San Lázaro.
Aun así, los panistas y los priístas pelearon en términos simbólicos para tratar de frenar lo que sabían que no podrían, logrando forcejeos declarativos y cruce de insultos a cuyo final terminó siendo aprobado, sin modificación alguna, el proyecto de distribución del dinero público que había sido diseñado en Palacio Nacional y al que el partido en el poder, Morena (como antes el priísmo o el panismo, en sus circunstancias), acuerpó sin fisuras ni reservas. ¡Cumplido el encargo, señor Presidente (cumpleañero, por lo demás, con coro de Mañanitas nada divisorio de poderes en el propio San Lázaro)!
El desenlace tan avistado desde junio no fue asumido por los adversos al andresismo como una batalla consumida en sí misma: el panista Jorge Triana adelantó una supuesta postura de rechazo absoluto a la iniciativa de reforma eléctrica y a otras propuestas presidenciales de modificación constitucional que requieren mayoría calificada (dos tercios de los votos).
Una venganza posdatada: dado que no aceptaron ninguna modificación en el tema presupuestal, en adelante no aceptaremos ninguna negociación para apoyar lo eléctrico y otras propuestas de AMLO, fue en esencia lo que dijo Triana, escénico al grado de decretar desde ya “la muerte” de esos proyectos. Algo parecido repitió ese algo conocido como PRD.
En el PRI parecieron suscribir la esquela diseñada por el PAN, pero le agregaron un guiño más al entendimiento por venir: sí, pero no, o no tanto, fue lo que medio expresó Rubén Moreira, el ex gobernador de Coahuila que ahora coordina la bancada tricolor de diputados, dejando la puerta abierta para votar con Morena más adelante.
En entrevista con Miguel Ángel Velázquez (https://bit.ly/3qDp8Rk), Mario Delgado hizo malabares de simplismo para tratar de justificar su gestión plena de pragmatismo degradante: “Nos cambió la realidad. Tras las elecciones (de 2018) , Morena amaneció como el partido más grande de México, el partido en el poder y uno de los movimientos sociales más importantes del mundo; entonces Morena extravió la tarea, hoy lo tenemos muy claro”.
La argumentación de Delgado pinta a su partido como una especie de nuevo rico electoral que, parafraseando a Augusto Monterroso con su dinosáurico cuento más corto del mundo, “cuando despertó, el poder ya estaba ahí”. Ignora o pretende ignorar que el movimiento cívico, político y electoral devenido en Morena lleva casi dos décadas de lucha y maduración y que ha creado cuadros no sólo para el ejercicio del gobierno federal, sino también para lo electoral, aunque en este terreno dichos cuadros sean desplazados justamente por las maniobras del ebrardismo-delgadista.
Fácil es arrojar la piedra al pasado, a los “otros” (“claro que pesan los vicios que se arrastran de otros partidos que hoy participan en Morena”), aunque lo justo y trascendente sería que dicho presidente de Morena fuera capaz de frenar tales vicios y arrastres y no encumbrarlos, como hizo en los comicios de este año y pretende hacer ahora con las postulaciones a dedo, con disfraz de “encuestas”, para candidaturas en seis estados en 2022.
Y, mientras el hipotético precandidato presidencial opositor (HPPO), Lorenzo Córdova, ha dicho que el recorte al presupuesto del Instituto Nacional Electoral “pone en riesgo la organización del proceso de revocación de mandato que, paradójicamente, está siendo promovido por la misma mayoría legislativa que aprobó el Presupuesto de Egresos para 2022”, ¡hasta mañana!
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