Masaya. Diablos, brujas y otros personajes de los mitos y leyendas de la época de la Colonia española salieron por las calles de Masaya en el carnaval de Los Agüizotes, tras las polémicas elecciones presidenciales de Nicaragua criticadas por la comunidad internacional.
El carnaval comenzó al anochecer del viernes en la plaza Magdalena del barrio indígena de Monimbó en la ciudad de Masaya, al sureste de Managua, y se prolongó hasta la medianoche.
Entre risas y espanto, los pobladores salieron a las calles a ver el singular desfile de personajes diabólicos acompañados de velas, sonidos de matracas o música de bandas filarmónicas.
La actividad cultural promovida por la alcaldía de Masaya y el Instituto Nicaragüense de Turismo (Intur) atrae a visitantes de todo el país, aunque este año estuvo menos concurrida y bajo un fuerte despliegue policial.
Los Agüizotes, que se celebra el último viernes de octubre, este año se trasladó a la segunda semana de noviembre debido a las elecciones generales del pasado domingo, que dieron al presidente Daniel Ortega un cuarto mandato consecutivo en medio de las críticas y rechazo de la comunidad internacional.
Masaya fue una de las ciudades de mayor resistencia durante las protestas de 2018, que fueron reprimidas con saldo de 328 muertos, cientos de manifestantes detenidos.
Sin embargo, la sátira y la crítica a personajes de la política, que acostumbra ser el deleite de los asistentes, estuvo ausente.
En cambio desfilaron diablos, mujeres con aspecto terrorífico, hombres sin cabeza y la clásica carreta jalada por bueyes propia de mitos de antepasados indígenas, mezclados con personajes de películas como Eso o la serie de Neflix El juego del calamar.
Los Agüizotes “es como el inframundo del nicaragüense representado en estas fiestas tradicionales. Muchos dicen que tiene una parte diabólica, pero considero, como artista, que no, que la gente quiere divertirse, y expresar la burla ante la muerte”, dice un asistente.
Los Agüizotes surgió en 1976, durante el gobierno de Anastasio Somoza, último miembro de la dictadura somocista (1934-1979), como forma de rebelarse contra la represión, según historiadores.