Para que exista una cultura de elecciones limpias se necesita la voluntad política del gobierno, con el fin de que no interfiera en el proceso, pero también es necesario que la participación ciudadana sea consciente y numerosa.
En la época de los liberales, cuando se trató de aplicar la Constitución de 1857, en las votaciones indirectas, la participación ciudadana fue nula. Lo fue también durante el Porfiriato; se supone que nunca votaron más de dos por ciento de electores. En 1910 hubo un despertar y una gran parte de la clase media sufragó por Francisco I. Madero. El régimen porfírico organizó un gran fraude electoral, desechó las impugnaciones y la inconformidad se convirtió en la Revolución Mexicana.
En la época del partido único, el pueblo sabía de la inutilidad de su voto y participaba poco. Cada vez que la oposición amenazaba se organizaba un fraude electoral. Los hubo en 1940 y en 1952. En 1988, a pesar de que aumentaron los votantes, el gobierno impuso a Carlos Salinas sobre el verdadero triunfador que, según se calcula, fue Cuauhtémoc Cárdenas. En 1994 aumentó notablemente el número de votantes; sin embargo, Ernesto Zedillo del PRI ganó una elección “legal pero injusta”, como él mismo reconoció. Para 2000 la participación ciudadana siguió aumentando y Vicente Fox logró ganarle al PRI y completar la primera alternancia.
En 2006 hubo un incremento en la participación ciudadana, pero el presidente Fox pudo imponer a su sucesor Felipe Calderón. En 2012 fue nutrida, pero el PRI, que ganó, tuvo que emplear 13 veces más recursos de lo permitido por la ley.
En la elección de 2018 hubo una gran afluencia de electores y se respetó la voluntad ciudadana. El opositor principal, Andrés Manuel López Obrador, obtuvo más de 50 por ciento de votos y, ¡casi insólito! su triunfo fue reconocido por sus adversarios. En 2021, en las elecciones intermedias más grandes y complejas, el porcentaje de participación aumentó a una cifra record y la jornada se respetó por el gobierno.
En forma progresiva, la participación ciudadana aumentará en la medida en que se respete el resultado de las elecciones, y si sube, cada vez será más difícil que el gobierno o los factores de poder puedan interferir indebidamente.