A quién busco, a quién añoro sin cesar, desesperadamente. Todo apunta, específicamente, a quién busco, a quién añoro, y lo cierto es que los últimos días, detenida unos minutos dentro de mi automóvil, en la esquina de J. Prior y Secreto, con el hermoso parque de La Bombilla a mi derecha, bajo un aguacero de tormenta, de ciclón, vía YouTube escuché, estrujada, a John Lennon, en un par de ejecuciones cantar Stand By Me, que no escuchaba desde hacía décadas. Y menos ahora que carezco, por pretender incorporarme a la modernidad, de mi viejo tocadiscos, y peor cuando mi amplia colección de discos de acetato está en desorden, debido a mis mudanzas, a la última de las cuales fui orillada por las circunstancias, y no lo encontraría mientras no la ordenara de nuevo; riqueza que incluye, completa, por ejemplo, la colección de Voz viva de México, las estrujares lecturas de Borges, Onetti, Cortázar, Monterroso, Fuentes, Rulfo, etcétera, y que además incluye, por supuesto, a Mozart, a mi amado Schubert, a Beethoven, y ¡cómo no!, a Vivaldi, Thelonius Monk, Theodorakis, Jessy Norman con el Ave María de Schubert, Las golondrinas, con Pedro Infante. Decía, escuché, bajo la tormenta, al lado del hermoso parque de La Bombilla, Stand By Me, en la que reconozco acordes de Unchained Melody, de Elvis Presley, a modo de estrujante referencia a Elvis, misma que, a la tarde siguiente (mientras siga habiendo tardes siguientes, seguiré atenta a los llamados, de una forma u otra, de mis viejos, añorados, ausentes compositores de hace décadas), decía, después de Elvis, y aún sin mayor justificación lógica, le sigue Bob Dylan, específicamente y en diferentes ejecuciones, con I’ll be Your Baby Tonight, absolutamente estrujante. (Cuando muera, les suplico, Pura, Coral, Mali, por favor, y en el idioma que quieran, despídanme, juntas, en armonía y en vivo, con el Ave María de Schubert. Me iré insuperablemente bien acompañada.)
Otro día, a la 1:51, desperté, mientras tosía y me asfixiaba, tras un sorbo de agua, con ojos entrecerrados de sueño, atenta, y escuché entonces a Leonard Cohen, que surgió, para rescatarme, con Like a Bird, On the Wire, yo, suelta y cómoda contra el respaldo acojinado y una almohada, vertical, escucho, digo, a Cohen, en Londres, en vivo, ya cerca de morir, tanto como en otra ejecución, joven, voz, guitarra, coro, banda, de 1979. Todas, canciones que los últimos días escucho, como digo, estrujada, una y otra vez, y que ignoro a quién me conducirán mañana, espero que al atardecer, aun cuando tormentoso. A quién me conducirán, Lennon, Dylan, Cohen, indispensables poetas, letra y composición musical propias, Elvis, que es la voz, estrujadora, voz única, unos y otros, que me estrujarán, y que me arrobarán, unos y otros, sin justificación que yo reconozca, confundida entre los tirones de tantas emociones, de tanta emoción. Ignoro quién, quiénes, se incorporarán a los llamados mientras yo siga buscando, sé bien a quién, y siga añorando, sé muy bien a quién, y a la expectativa: “Surjan, amigos míos, Pavaroti; surjan amigas mías, María Callas; preséntenseme, arróbenme, acompáñenme, estrújenme, les suplico, ustedes no se arranquen de mi vida, no se me desprendan, no me dejen, sorpresiva, abrupta, injustificadamente, por favor, les suplico, yo, sin mayor poder, sin mesura; desbocados ustedes, como los recibo abierta, a lo que dicten mis emociones al escucharlos, a mi ánimo, a mi día a día, a lo que dispongan de mí, de mi vida”. Aquí debo, porque soy honesta, porque soy indiferente a todo lo que no sea seguir buscando a quién busco, seguir añorando a quien busco, a quien necesito a mi lado, quien es indispensable para que yo siga sonriendo, para que siga en acción. Aquí registro, no callo ni oculto, que, a quien busco y añoro, está conmigo, permanentemente, en forma de una nota musical que sube y baja, sin mayor ánimo de desarrollarse más allá, con la sola intención de acompañarme, de no abandonarme nunca.