Alfredo López Austin (1936-2021), recientemente fallecido, fue un gran historiador especializado en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos y de la cultura precolombina. Su extensa obra es sin duda una de las más importantes en su género. Este ensayo trata con cierto detalle las ideas principales del libro 'Cuerpo humano e ideología: las concepciones de los antiguos nahuas' publicado en 1980, donde queda claro lo mucho que tenemos que aprender de los antiguos pobladores de estos territorios.
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Para los nahuas prehispánicos, los conocimientos, las creencias y las prácticas preventivas y médicas para lograr y mantener la salud/equilibrio corporal, tenían que ser congruentes, en términos sistémicos, con la necesidad del mantenimiento del equilibrio global del cosmos, tanto en la esfera macrocósmica –arquitectura del supramundo y del inframundo, estructura y movimientos en la superficie de la tierra, ciclos cósmicos y astrológicos, orden de las divinidades– como en la esfera microcósmica –clasificación de cosas, plantas y animales, comprensión de las características corporales y espirituales del ser humano, papel y jerarquización de los grupos y los individuos.
Cosmovisión, dualidad y equilibrio
El notable etnohistoriador Alfredo López Austin plantea la cosmovisión como un macrosistema conceptual que engloba a los sistemas ideológicos, mágicos, políticos, médicos, etcétera, cuya función principal es práctica y cotidiana: ubicar al ser humano y su quehacer en el universo físico y sociocultural, orientar el papel que ahí desempeña.
El equilibrio antropocósmico es holista y cada una de sus partes guarda estrecha relación entre sí: cada parte cumple su función que puede ser opuesta a la de otra, pero complementaria en su unidad. Este sería el caso de la llamada concepción dual del comportamiento de cosas y seres, y es el mismo caso de la reciprocidad de elementos entre el macrocosmos y el microcosmos en sus funciones e interrelaciones. Veamos estos ejemplos que nos da en su esencial libro Cuerpo humano e ideología: las concepciones de los antiguos nahuas (1980):
Abajo Arriba
Ocelote Águila
9 13
Inframundo Supramundo o Cielo
Humedad Sequía
Oscuridad Luz
Debilidad Fuerza
Noche Día
Agua Hoguera
Influencia ascendente Influencia descendente
Muerte Vida
Pedernal Flor
Viento Fuego
Dolor agudo Irritación
Menor Mayor
Chorro nocturno Chorro de sangre
Fetidez Perfume
Los principios duales siempre se conciben tendientes a la armonización en un estado de equilibrio, pero esto puede perderse por la participación de fuerzas exteriores o interiores (o una combinación de ambas), principalmente respecto de la integridad corporal del ser humano, la enfermedad, los alimentos y las medicinas. Este estado de equilibrio tiende a la salud, a la reconstitución del cuerpo orgánico en unidad con otros factores externos que pueden llevar a la recuperación del equilibrio perdido (enfermedad).
En la concepción de la estructura sagrada (natural/sobrenatural) del cosmos, se puede observar cómo los antiguos nahuas se regían por la idea de la búsqueda del equilibrio. Dividían el cosmos en 13 pisos celestes y 9 pisos del inframundo, en donde se destacaban las importantes funciones que descubrieron y atribuyeron al sol, la luna, las lluvias, nubes, relámpagos, rayos, granizo y viento en el ciclo de las cosechas.
En cuanto a la importancia que los nahuas daban al mantenimiento del equilibrio integral, Alfredo López Austin dice que éste les era fundamental: “para desenvolverse en el mundo en forma tal que su existencia y la de sus semejantes no se vieran lesionadas: equilibrio con las divinidades, con su propia comunidad, con su familia, con su propio organismo”. Así, en la arquitectura cosmovisionaria nahua, los nueve niveles infraterrestres eran de naturaleza fría y sus efluvios y esencias se entremezclaban con nueve supraterrestres en el espacio de los cuatro niveles inferiores de la “tierra habitable”. Tenemos así que “el ser de en medio”, “el ser de la templanza”, el ser humano, recibía y manejaba esos fuerzas, energías y esencias de diferente naturaleza y composición para utilizarlas en su sobrevivencia y vivencia, de manera que pudiera usarlas para controlar el equilibrio de su corporeidad total: medioambiental natural, societal (sociedad, comunidad y familia) e individual.
Las entidades anímicas
El cuerpo individual de los nahuas reflejaba también estas características energéticas: los pies, las piernas y el estómago eran más fríos que el corazón, la garganta y la cabeza. La rueda central (axis de axis) del cuerpo individual estaba en la zona umbilical (xictli): el lugar energético de interconexiones verticales y horizontales, del espacio microcósmico y del tiempo antropocósmico (pasado, presente y futuro). El cuerpo biopsíquico contaba con tres “entidades anímicas”, “entidades vitales” o “almas” principales, así como una multitud de pequeñas entidades distribuidas en el conjunto de dicho cuerpo personal. Esas tres entidades principales eran, según López Austin –en su citado texto, Cuerpo humano e ideología, y en conferencias universitarias posteriores–, las siguientes (véase Figura):
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El tonalli, que denota irradiación, calor solar, día en el tiempo, destino; era el enviado de los “cielos” al niño antes de nacer y se situaba en la cabeza (principalmente en la zona superior o coronilla), y era responsable de la fuerza de la mirada, además de que en determinadas circunstancias podía salir del cuerpo, y producía el apetito y el estado de vigilia. Era una de las fuentes de calor interior del cuerpo pero, al mismo tiempo, era una entidad que controlaba el calor e impedía que otras fuentes dominaran el organismo, elevando la temperatura a niveles perjudiciales. Era de naturaleza caliente y luminosa. Era un “ánima” individualizante.
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La teyolía, situada en la zona alrededor del corazón y en el corazón mismo, también proveniente del mundo superior; la vitalidad es su característica, además de que junto al tonalli colaboraba para activar el pensar, pero por sí misma era fuerte referencia a la memoria y el razonamiento. En cuanto a la vitalidad, impregnaba a la sangre de su fuerza; por eso el corazón y la sangre eran por excelencia “el alimento de los dioses”, es decir, ofrendas y sustancias sacrificiales. Era un “ánima identitaria”, la que hacía a la persona igual que otra y era la que se iba al mundo de los muertos (Mictlán).
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El ihiyotl se encontraba en el hígado (y su zona circundante); allí residía la vida, el vigor, las pasiones y los sentimientos; también del hígado surgía la apetencia, el deseo, la envidia y la codicia; empero, un hígado “equilibrado” generaba el sentimiento de la alegría, daba también valor y de allí salía la fuerza para vivir. Se relacionaba, pues, fundamentalmente con la vida emocional; era de naturaleza gaseosa y más fría (o menos caliente) respecto del tonalli y la teyolía. Es un “alma” de voluntad y determinación.
Así pues, había que procurar el equilibrio interno y la calidad energética de cada entidad anímica (“alma”) y cada parte del cuerpo biopsíquico individual; a su vez, éste tenía que guardar armonía con los demás cuerpos de la corporeidad total.
El logro de la salud dentro de su dinámica cosmovisionaria práctica
En síntesis, la salud (en su sentido integral) y su mantenimiento dependían de los sutiles y frágiles equilibrios logrados en medio de las dificultades y contradicciones, y éstos significaban y comprendían dinamismo, movimiento (ollin) y capacidad para encontrar sus correlaciones y adecuaciones. Implicaban, por parte de los individuos y de los especialistas médicos, conocimientos termodinámicos y ecológicos que debían ser puestos a prueba con base en la tradición y en los códigos (protocolos, normas, rituales) manejados por ellos; particularmente, por parte de los llamados “especialistas”, los tícitl –que se formaban en el Calmecac– en su intervención sanadora respecto a los procesos de salud-enfermedad. Por consiguiente, en la cosmovisión práctica, en el conocimiento médico y terapéutico de los antiguos nahuas (y demás grupos mesoamericanos de su época), había un trasfondo cosmoperceptivo, corporal, y un contenido profundo de “tradición ecológica cultural”. De esta manera su aplicación y manejo cotidiano y médico-terapéutico implicaba conocimiento riguroso y sensibilidad empática en las recomendaciones y en los tratamientos de prevención, diagnóstico, autoatención y atención salutífera: a nivel personal (acciones, manipulaciones, aplicaciones, indicaciones, consejos, prescripciones) y colectivo (comportamientos, actitudes, relaciones psicoafectivas, ayuda mutua, rituales). En suma, era una dinámica cosmovisionaria sentipensante de la culturaleza, que guiaba sus cotidianas acciones colectivas e individuales, productivas y reproductivas, y su manera de comprender y justificar su mundo social, que por cierto era complejo y lleno de tensiones y confrontaciones económicas y geopolíticas entre sectores y altepemeh (pueblos).