Alrededor de 4 mil migrantes, en su mayoría kurdos, permanecen varados desde el lunes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia mientras estos dos países se lanzan mutuas recriminaciones y toman medidas que hacen temer el estallido de un conflicto armado: Varsovia desplazó 15 mil soldados al área fronteriza sin notificar a Minsk –lo cual viola sus acuerdos de seguridad mutua–, y ésta ha realizado ejercicios militares conjuntos con Rusia, su principal aliado y con quien comparte su sistema de defensa.
Para Varsovia, la Unión Europea (UE), Estados Unidos y Gran Bretaña, la única explicación a la crisis es que el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, ha organizado estos movimientos de migrantes para vengarse de las sanciones impuestas contra su régimen por la represión de la disidencia tras los comicios en los que se religió el año pasado. La postura común de la UE consiste en culpar a Lukashenko –hasta ahora, sin ofrecer pruebas– de otorgar visados e incluso fletar aviones para transportar a quienes buscan llegar a Alemania y otros países occidentales desde Medio Oriente. Otro grupo de países europeos y Washington consideraron que el objetivo es “desestabilizar a los países vecinos y la frontera exterior de la Unión Europea”.
Por su parte, el mandatario bielorruso sostiene que no se “arrodillará” ante la UE y reaccionó a la amenaza de imponerle nuevas sanciones con el amago de cerrar un gasoducto que traslada el gas ruso a Europa, ya envuelta en una crisis de precios de este hidrocarburo y de la energía eléctrica. Además, guardias fronterizos bielorrusos acusaron a las fuerzas polacas de usar gases lacrimógenos y de ejercer “presión psicológica” sobre los migrantes “encendiendo altavoces, focos y luces estroboscópicas toda la noche”.
Mientras los adjetivos y las descalificaciones vuelan de un lado a otro de la frontera, hombres, mujeres y niños siguen atrapados en una zona de bosques fríos y húmedos donde ya se registran temperaturas de cero grados. Diez personas han muerto en la semana a causa de las condiciones inhumanas que padecen frente a la alambrada de púas polaca, cuyo gobierno alienta un discurso militarista e incita a los peores instintos de su población; el primer ministro de ultraderecha, Mateusz Morawiecki, incluso llegó al paroxismo xenofóbico de considerarse víctima de una “guerra de tipo desconocido”, en la que los civiles son usados como “municiones”.
Más allá de si resulta cierto o no que Lukashenko creó esta emergencia humanitaria como retaliación contra sus adversarios geopolíticos, el hecho es que, al desentenderse de la suerte de quienes huyen de la guerra, el hambre y la persecución, así como reducir la crisis a un asunto de aseguramiento de sus fronteras, los líderes occidentales se muestran tan insensibles y faltos de cualquier escrúpulo moral como el autoritario presidente bielorruso.