Un autor camaleónico. Al realizador francés Christophe Honoré se le suele encasillar, con ligereza, en el género de la comedia romántica, a pesar de tener en su filmografía cintas tan duras como Mi madre (2004), con Isabelle Huppert, basada en un relato de Georges Bataille, o Vivir de prisa, amar despacio (2018), un drama sobre la imposibilidad de la realización amorosa entre un hombre mayor que vive con VIH, y un joven enamorado de él sin grandes esperanzas. En su cinta más reciente, La habitación 212 ( Chambre 212), de 2018, retoma el espíritu lúdico de una de sus películas más populares, la comedia musical Las canciones de París, de 2007, pero en lugar de melodías que cuentan historias de desencuentros amorosos, lo que aquí se presenta es la coreografía fantasiosa de un grupo de personajes masculinos, todos jóvenes, que como fantasmas del pasado de la protagonista Marie (Chiara Mastroianni), irrumpen en una habitación de hotel para recordarle, recriminarle, o agradecerle los malos o buenos tratos recibidos años por esta antigua amante promiscua cómodamente instalada hoy en la plenitud de sus cincuenta años.
Todo comienza con una disputa conyugal. Richard (Benjamin Biolay), el esposo de Marie, quien debiera estar ya acostumbrado al altruismo sexual de su mujer, profesora universitaria, de pronto eleva el tono de su indignación largamente contenida. Exasperada, ella decide pasar la noche en un hotel frente a su casa, y en la misma habitación que ha sido escenario de tantas otras infidelidades recibe la visita fantasmal de su propio marido, 25 años más joven, con la apariencia exacta que tenía en la época de su primer encuentro. El joven Richard (Vincent Lacoste) se vuelve la conciencia crítica y admonitoria de una Marie empeñada en seguir gozando libremente de su sexualidad poliamorosa después de veinte años de rutina monógama. El juego astuto de confundir las cronologías y plantar a la esposa frente a su apuesto Richard joven, como un recordatorio viviente para Marie de su propia lozanía perdida, tiene sin duda gracia e ingenio, en una suerte de tributo a los azares amorosos que mostrara el veterano Alain Resnais en Corazones, de 2006, pero la acumulación posterior de gags humorísticos en esa reunión de antiguos amantes que literalmente atiborran la habitación 212, tensa algo la nota entre la picardía sutil que el cineasta suele manejar muy bien y el engolosinamiento fársico al que se abandona ahora. Queda un saldo más afortunado: Christophe Honoré desliza en una comedia ligera sólo en apariencia, una postura crítica al presentar la promiscuidad sexual, y su estela de infidelidades maritales, ya no como un privilegio masculino, sino como la reivindicación del placer por parte de la mujer madura que Chiara Mastroianni encarna con un brío formidable.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 12 y 17.30 horas.