El año 1971 fue uno de los más productivos en la historia de la música. La consolidación de la contracultura, la búsqueda incesante de nuevas expresiones artísticas, el solemne manto de la cultura jipi, fueron el gran crisol donde convergieron la literatura, la pintura, la danza, las artes todas.
Hace una par de semanas festejamos ya el medio siglo del álbum Let it be, de Los Beatles.
Toca el turno al cuarto álbum de Led Zeppelin, considerado por la crítica especializada, los conocedores y por los mismos integrantes de esa banda, como su mejor álbum.
Led Zeppelin IV se titula el disco y contiene ocho temas, el cuarto de los cuales es uno de los grandes lugares comunes de la cultura rock: Stairway to Heaven.
Fiel al espíritu contestatario del rock auténtico, el Disquero disiente: el mejor álbum de Led Zep es el majestuoso Physical Graffiti, de 1975, y la rolita esa de Escalera al cielo es una soberana cursilada.
Por supuesto que todos los lectores tienen la razón, siempre, y en gustos se rompen sintaxis. Qué bueno que Stairway to Heaven le dio tanta fama a un grupo que en realidad es rompedor, contraculturoso.
En contraste con el tono de paisaje que imprimen a Stairway to Heaven, con sus dejos notorios de música isabelina, característica noble de la música jipi, el poderío brutal de la pieza inicial del disco, Black Dog, es una auténtica obra maestra.
Tenemos en Led Zep a una de las instituciones más sólidas, exactas, fidedignas y dueñas de lo que en dramaturgia se denomina verosimilitud.
La figura andrógina de Robert Plant, el chalequito jipi de Jimmy Page, las blusas de seda y empuñaduras de encaje de John Paul Jones (que lo hacían parecer una de las Hermanitas Mibanco, con Maritza y Andrea en aquella Ensalada de Locos jipi) y la pinta roquerísima de John Bonham, junto a uno de los sonidos más poderosos, salvajes, volcánicos, bestiales: el glorioso sonido Led Zep.
Los críticos musicales maltrataron a placer a esos cuatro genios. Entre otras linduras, catalogaron su quehacer como “cock rock music” por sus claras intensidades sexuales, por su presencia felina, abiertamente erótica en escena, por la deliciosa lascivia de su música que el propio Robert Plant definió así: “Somos como un grupo de encuentro sexual a la primera cita”.
Canta por ejemplo Robert Plant en la pieza que abre el disco: Perro negro:
Hey, mama, me encanta cómo
te mueves
te voy a hacer sudar
te voy a hacer gozar
ah, ah, nena, me encanta cómo
mueves eso
lo voy a inflamar todito
hey, hey, baby, cuando caminas así
como lo haces
te veo gotear dulcemente y no te
suelto ya
hey, baby, oh, baby, pretty baby
muévelo mientras me lo haces
Eso era demasiado para las buenas conciencias de los años 70 y en representación subliminal de los “valores morales”, los críticos de música asumieron, sin que nadie se los pidiera, y sin que ellos siquiera se dieran cuenta, un linchamiento moral disfrazado de crítica musical.
Les dijeron, en consecuencia, plagiarios, obscenos, lascivos, jipis, autores de pot music (música de mariguana), entre otras linduras.
El crítico musical Kris Needs reconoció, haciendo honor a su apellido: “necesitábamos (we needed) un enemigo cuando apareció el género musical punk y Led Zeppelin era el blanco perfecto”.
En mi libro La música, ese misterio, publicado en formato impreso por la Universidad Autónoma de Nuevo León, y que pronto se publicará en versión digital, consigno la inclinación tenaz y casi mórbida de Jimmy Page por la persona y obra de Edward Alexander Crowley (1875-1947), quien firmó y pasó a la oscura posteridad obras de culto de ocultismo como Aleister Crowley, renombrado místico, mago, ocultista fundador de la corriente religioso-filosófica Thelema, miembro de la organización esotérica Hermetic Order of the Golden Dawn y apodado Frater Perdurabo y también La Gran Bestia. De hecho, John Bonham cambió su apodo en 1973, quiso dejar de ser El Bonzo para que lo llamaran La Bestia.
Ay, el gran Bonzo Bonham. Se inmoló. Murió a consecuencia de lo que en México se conoce como el Síndrome del Jamaicón.
Afecto a la bebida y a una serie de manías como la de vestirse igual que Alex, el personaje central de Naranja mecánica, la novela de Anthony Burgess, y luego filme de Stanley Kubrick, en empatía con su corpulencia y estilo bronco y la hiperviolencia de la banda aquella que vestía atuendos níveos y bombines oscuros en el filme kubrickiano.
La personalidad de Bonham inspiraba más bien ternura.
No soportaba estar fuera de casa mucho tiempo. Extrañaba a su familia, su comida casera, su hogar.
El Síndrome del Jamaicón proviene de la anécdota del jugador de futbol de las Chivas de Guadalajara, en los años 60, José Villegas Tavares, conocido como El Jamaicón Villegas, por la sencilla razón de que le gustaba mucho el agua de Jamaica.
Cuando perdieron por goleada contra la selección inglesa en Londres, él argumentó que no se pudo concentrar en el partido porque extrañaba su agüita de Jamaica, el chilito piquín, las chalupitas, la birria y también, según declaró a los reporteros, “extrañaba mucho a mi madrecita”.
Algo similar le sucedió al Bonzo Bonham, porque las giras de conciertos de Led Zeppelin eran interminables. Daban conciertos de cuatro o cinco horas, lo que dura una ópera de Wagner y a diferencia de los demás grupos, no tocaban sus discos en vivo, sino que hacían versiones extensas e intensísimas de las piezas conocidas.
Eso ya tenía muy cansado al Bonzo Bonham y no resistió cuando sus compañeros decidieron que ya era demasiado lo que el gobierno británico les expropiaba como impuestos y siguiendo las protestas de los Beatles (Taxman) y los Rolling Stones (Exile in Main Street) se lanzaron en una gira de un año para no seguir pagando impuestos en su patria.
Fue cuando Bonham se disfrazó de Alex, el personaje de Naranja mecánica, y su gusto por beber quedó registrado en el reporte médico como “envenenamiento con alcohol”: la mañana del 23 de septiembre de 1980 desayunó cuatro vodkas y no dejó de tomar durante el día. Fue la primera vez, y la última, que no pudo tocar la batería en tal estado. Lo llevaron a su cama y a la mañana siguiente lo encontraron muerto.
Durante una entrevista, Robert Plant recordó aquellos años de excesos como una aventura riesgosa de la cual salieron vivos todos menos uno: Bonham: “Creí que seríamos castigados, pero no fue así”.
Los Led Zep no solamente sobrevivieron a la euforia del movimiento punk, también derrotaron al glam, al new wave y a muchos movimientos que así como llegaron se fueron. La música de Led Zep aguantó los vendavales firme en su raíz recia: el blues y con la claridad que tuvo Jimmy Page cuando fundó el grupo: crear un sonido nuevo de la misma forma como se lo propusieron en su momento Edgar Varese, Karlheinz Stockhausen y otros revolucionarios.
Los 50 años de su disco Led Zeppelin IV los reivindican como uno de los grupos definitivos en la historia de la música. No solamente su poderío energético, su brutalidad frenética los caracteriza. Lo esencial de esa música es su irresistible suspense, su bamboleo, su carácter lúbrico. La calidad técnica, la cuadratura de todos sus compases, la impensable ecuación de una voz atiplada con una guitarra inspiradísima, con el atorrante aporreo magistral de los tambores a cargo del Bonzo Bonham y un secreto a voces: así como la música de los Beatles debe prácticamente toda su estructura armónica al tímido, al callado, al casi anónimo George Harrison, el talento del bajista y multinstrumentalista del discreto John Paul Jones, es definitivamente la esencia musical de la magia de Led Zep.
Escuchemos nuevamente el álbum Led Zeppelin IV, pongamos atención a lo que hace John Paul Jones, disfrutemos la maestría del Bonzo Bonham en los tambores y disfrutemos las arias de ópera del dúo Robert Plant-Jimmy Page en llamado y respuestas en el centelleo de la guitarra de Page penetrando la zona de falsete agudo de Plant donde, como apunta Alex Ross, crítico de música del New Yorker, “se llaman a gritos uno a otro, como caminantes perdidos en medio de un paisaje desolado”