La entrega anterior se dedicó a destacar la metamorfosis que constantemente experimenta la violencia criminal comparada con el tradicionalismo oficial en cuanto al tratamiento del fenómeno. El cambio ha sido de tal intensidad que casi en todo caso la violencia es vista como supuesto efecto del narcotráfico.
Eso no es correcto, pero en el magín popular la violencia encontró un sinónimo. ¡Esa es la dimensión que ha cobrado el narco en la imaginación popular! En el uso popular del lenguaje crimen y violencia son lo mismo. Ello acrecienta la fuerza del impacto del narco en la vida social.
Salvo los impresionantes asaltos en el transporte público y los feminicidios, que alcanzan índices de escándalo, todo huele a droga. La presencia del tema está en cada expresión de la vida colectiva. Antes no era así. La violencia cambió a la sordina cada día y los gobiernos la encararon sólo con reacciones. El esquema semeja una jettatura.
Había conductas en esa vida criminal que, descritas hoy, se antojan falsas, inventadas, poco creíbles, muy lejos de lo actual. Una forma de sopesar este cambio es asumir el hecho de que una persona de 35 a 40 años ha vivido sumergida cada día en un mar de inquietud y temor, en un medio hundido en la crueldad. Por consiguiente no sería capaz de concebir un país sin ella. Y así, consecuentemente va aceptándola como normal.
Del gran crimen se distinguirían profundas diferencias entre las realidades actuales y aquellas formas suyas de actuación, las propias de los años 70 y 80:
1. Sus miembros no agredían a personas ajenas a sus lucros ni a sus bienes. Eran generosos atendiendo penurias sociales. 2. No atacaban a las autoridades mientras éstas no actuaran contra ellos. 3. No luchaban entre cárteles adversarios. Aprendieron a convivir en un territorio nacional que entonces era más que suficiente para todos los grupos reprensibles. 4. Su interés central estaba en el cultivo de mariguana y amapola como goma de opio destinada a la exportación. 5. El mercado interno, muy limitado, no les parecía interesante. 6. Sus áreas de interés fueron básicamente nacionales y el consumidor de Norteamérica. Hoy están en mil ciudades de esa región y tienen presencia en África y Europa. ¿Hubiéramos creído que estarían, como lo están ya, en Cerdeña?
Generalmente el Ejército no estuvo comprometido a fondo con el despliegue de acciones combativas. Sus campañas consistían habitualmente en la destrucción de plantíos a machetazo limpio. Sus grandes éxitos se expresaban en hectáreas de sembradíos destruidos. Por ello su armamento y equipo no eran propios para las acciones de alta envergadura, como en las que hoy se ve envuelto.
Las antiguas formas de actuación del crimen hoy parecen inventadas, pero eran reales. Hoy parecen ficción, mas fueron normales en aquellos tiempos. Eran las claves de actuación del gran crimen de las cuales se derivaban las reacciones del gobierno. Su aparente rusticidad era confrontada con operaciones conservadoras, carentes del fragor actual. En ese ambiente era posible inferir que el gobierno, sin decirlo, fijara la directiva de no caer en atropellos para no manifestarse como represivo. Parecía una situación en que ninguna de las partes rebasaba ciertos límites imaginarios.
El crimen tradicional, el de las colonias urbanas y parajes rurales, mostraba ya una tendencia al alza; pero, por graves que se apreciaran sus acciones, ello correspondía a las realidades del momento, a lo cual los gobiernos respondían con semejante tono. Hubo destellos de superación táctica y estratégica, pero sin continuidad. Lo que tampoco hubo fue un trabajo de gran profundidad, multifactorial, dinámico, que metódicamente llegara a despejar incógnitas sobre el mañana. Un trabajo sistémico, riguroso, razonablemente confiable son los términos de estas tareas.
Hay muy respetables instancias académicas y estudios individuales que han acumulado abundante material del tema. A las instancias oficiales podría exigírseles, con más rigor aún, que sean capaces de desarrollar tesis en sintonía participativa con la comunidad nacional.
La violencia es un fenómeno social con mil implicaciones. Eso vale para decir que nada que se haga será atinado si no se abren espacios generosos al pensamiento ciudadano.
El crimen como sujeto y la violencia como su producto cambian cada día. Los gobiernos de 50 o más años, con discretos aciertos y graves errores, van a la zaga ante la meteórica evolución del delito. ¿Sus grandes fallas? No entender la magnitud del problema, desestimar avances pasados, descoordinación de los actores oficiales y ausencia de la colaboración social.
Es propio exponer una preocupación: ¿Cómo cambiaría el escenario nacional si ciertos grandes cárteles llegaran a vincularse olvidando enfrentamientos y se fusionaran compartiendo fuerzas e intereses? A eso sí llamaría yo un problema de seguridad nacional. No es una fantasía.