Preguntado una vez “si es posible pensar demasiado en el Holocausto”, W. G. Sebald, el gran novelista alemán (bit.ly/3qpnL8w), remarcó que “toda persona seria solamente piensa sobre esto” (bit.ly/3qqFFb9). No es por afianzar la “seriedad”, pero mirando lo que está pasando en Białowieża, uno de los últimos bosques primordiales de Europa en la frontera entre Polonia y Bielorrusia (bit.ly/3D1sUac), con la guardia fronteriza bielorrusa empujando a golpes y puntas de los fusiles a los grupos de refugiados iraquíes, afganos y sirios al lado polaco ( push-in) y con la guardia fronteriza y policía polaca, junto con el ejército, cazándolos, reuniendo a golpes y a punta de fusil y botándolos de vuelta ( push-back) −impidiéndoles solicitar el asilo y en vez de brindarles ayuda, atención y protección en una clara violación a la ley internacional−, no he podido pensar en ninguna otra cosa.
En el bosque. En los pantanos. En las temperaturas bajo cero. Sin agua. Sin comida. Sin abrigo. Sin ningún tipo de amparo. Exhausta, se está muriendo la gente. Hombres. Mujeres. Niños. Ancianos. Diez hasta ahora. Pronto habrá más.
Gracias a los clichés racistas y toda la operación de deshumanización a cargo del régimen post-catofascista polaco de PiS, el partido que de hecho llegó al poder en 2015, durante la previa crisis migratoria en la UE, demonizando a los refugiados por ser “portadores de parásitos y protozoos muy peligrosos” (¡sic!), una clásica implementación del lenguaje exterminador nazi “judíos-piojos-tifus epidémico”, que uno creería imposible de repetir en un país de Auschwitz, Treblinka o Chełmno.
Gracias a las maniobras del régimen postsoviético de Lukashenko −fue de hecho el Acuerdo de Białowieża que en 1991 disolvió a la URSS (bit.ly/3n63Jhd)− que en su guerra con la UE y en respuesta a las sanciones impuestas a su administración busca “traerle la guerra al bloque”, atrayendo a los migrantes del Medio Oriente vía agencias y aerolíneas estatales e instrumentalizando su suerte.
Entre la deshumanización y la instrumentalización, yace la muerte. Gota a gota Białowieża se vuelve un Campo santo, para citar el título de un libro póstumo de Sebald (nyti.ms/3qtalIG), un autor obsesionado igualmente con la precaria condición de los emigrados (bit.ly/31HvS5Y).
Una tierra de por sí marcada por la historia de exterminación, huida y deportaciones. Polacos, judíos, bielorrusos. En los mismos páramos manchados de sangre de ayer, hoy se está cazando a los migrantes y deportándolos a la muerte. La mayoría de los vecinos colabora con los uniformados. Hoy, como ayer, ellos saben quién no es de allí. Quién se ve diferente. Ayer era un judío, hoy es un iraquí. “Se parece a un gitano”, dicen (los mismos que también se entregaba a los nazis). Llaman. Delatan. Entregan. Sólo unos pocos ayudan. Ofrecen comida. Abrigo. Esconden en sus casas. Dejan pernoctar. Seguir el camino.
Imposible no sentir reminiscencias (bit.ly/3bVErfk) con los tiempos cuyas lecciones −cada ser humano merece ayuda− hoy se está desechando en una, sancionada estatalmente, atmósfera de miedo −siendo varios cientos de migrantes, frente a un país de 40 millones, una amenaza claramente exagerada− y/o indiferencia.
Imposible, mirando estos crímenes fronterizos, no acordarse de aquellas, a menudo erróneamente atribuidas a Brecht, palabras escritas en Dachau por Martin Niemöller (bit.ly/3EU7AnN), el pastor luterano, que hablan de persecución, culpa y responsabilidad personal: “Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar”.
Igualmente el “estado de excepción” −en clásicos términos de G. Agamben−, declarado por el gobierno polaco en una zona de 5 kilómetros de la frontera para impedir la llegada de organismos humanitarios, servicios médicos y la prensa, recuerda aquellas zonas especiales alrededor de los campos y los guetos, siendo Białowieża, en efecto, convertida en una suerte de gueto poblado por migrantes (bit.ly/3bTfWj5), los modernos homi sacrii, a quienes nadie −hasta ahora− está exterminando activamente, pero sí los está exponiendo a la muerte en un perfecto ejercicio de lo que A. Mbembe denomina la “necropolítica”.
En el pasado la exterminación de los judíos sería imposible sin 2 mil años previos de la catequesis cristiana que los removió de la communitas. Niemöller, antes de su propio arresto y arrepentimiento, era un arduo seguidor de Hitler y autor de fervientes sermones antisemitas. Hoy igualmente los políticos de PiS que alegan defender la “sagrada frontera de Polonia”, invocan el pensamiento cristiano en defensa de “nuestra comunidad” (T. de Aquino) frente a la “amenaza del Islam” ( antemurale christianitatis), en la que, aparentemente, no hay lugar para compasión, empatía y samaritanismo, A nivel del discurso público, realizan la misma operación de remoción de los refugiados de la “esfera de la responsabilidad moral” tratándolos −y ordenando a tratarlos− como no-humanos. No hace falta pensar demasiado en el Holocausto para ver las analogías.